martes, 2 de septiembre de 2014

ETAPA 4: MEDINACELI - MOLINA DE ARAGÓN




A la mañana siguiente, tras una plácida noche de descanso, las vistas que nos ofrecía la habitación coincidían con los primeros kilómetros que rodaríamos en la jornada de hoy.


El autobús nos esperaba como cada día en el punto de salida. Mientras los compañeros terminaban de ponerse a punto, me entretenía observando y leyendo los paneles informativos sobre datos curiosos de esta villa que data de la época celtibérica. Más de dos mil años de historia bajos mis pies. Me ponía la carne de gallina solo el pensar que en este mismo punto donde nos encontrábamos habían estado pobladores celtas, romanos, musulmanes y cristianos.

Ensimismado en mis pensamientos, intentaba esclarecer cual sería el papel en aquellas diferentes épocas de un joven varón de 31 años de edad... Sería interesante poder mirar por una ventana, pero no lo cambiaría por nada del mundo. Me quedo aquí con todos nuestros "problemas".

Tal era mi absorción en estos pensamientos que casi no me di cuenta cuando mis compañeros estaban saliendo de la población.

Una rápida bajada, primero por el asfalto y luego por un escondido sendero que recortaba a la carretera en su descenso hasta la Estación de Medinaceli, en el corredor de la A-2.

El paso sobre esta autovía y la línea férrea nos deja directamente en el valle del Pradejón donde nos encontramos con unas milenarias salinas de la época romana a la vez que cruzamos por el puente sobre el arroyo del Pradejón.

Llegamos así a la tranquila localidad de Salinas. Tras cruzarlo, nos recibe un camino que gana altura poco a poco por el valle, casi imperceptible, paralelo al arroyo y a la carretera; ambos a nuestra izquierda.

El estrecho valle entre mesas comienza a encajonarse, podemos ver pequeñas áreas de cultivo situadas a lo largo de la depresión.

El grupo se divide en dos, un leve problema mecánico de Manolo con su cadena es la causante de esta escisión.

El camino nos obliga a vadear el arroyo y nos devuelve al asfalto que con acompaña paralelos a nuestro sentido. En grupo, de nuevo compactado, llegamos hasta Arbujuelo.

Pequeño, curioso y minilaberíntico pueblo que permite a Juanjo confirmar que su interpretación del GPS ya es efectiva y se atreve a desafíar con acierto a los arcaicos, pero eficientes y utilísimos, apuntes de Valentín.

A la salida, una pista ancha y muy bien adecentada nos permite continuar por el valle que poco a poco llega a su fin. La evidente elevación de porcentaje no hace si no confirmar que debemos salir de la depresión ascendiendo sí o sí a lo alto de la mesa.

Cada uno pone su ritmo, arriba habrá reunificación. Llevábamos tan solo 10 kilómetros, suficientes para haber calentado nuestras piernas. Tan solo un par de kilómetros después habíamos llegado a lo alto de El Mojonazo, que nos compensaba con una bonitas vistas de todo el valle. Y la muela de Medinaceli al fondo.

La reunificación se alargaba. Unos hablaban, otros contaban chistes... Pero Hugo y Alejandro, actuaban con un épico The Final Countdown versionado al castellano popular. Nadie sabía lo que pasaba ahí abajo. El por qué del retraso de algunos componentes se debió a la rotura definitiva de la cadena de Manolo.

Sabiendo esto, un grupo decidió partir por delante a un ritmo más tranquilo. Entre ellos marchaba yo.

Llegamos a la olvidada carretera comarcal SO-411, la cual tomamos a su derecha para llegar, 6 kilómetros más a delante, a Layna. Tierras altas por encima del millar de metros de altitud pero con tendencia al descenso. Es un tramo muy cómodo para nuestras piernas.

En Layna reponemos agua en su gran caño y esperamos al resto de los componentes, pero nos confirman que aún están lejos y tardarán en llegar. Valentín llega de avanzadilla de los rezagados y decidimos confirmar esa paridad de grupos.

Iríamos pues por delante un pequeño grupo mientras que el presi esperaba al grueso del pelotón.

La salida de Layna es en ascenso por un escondido y bonito camino que nos eleva sobre el trazado de la carretera que veníamos siguiendo, quedando esta a nuestra izquierda.

Una granja nos despide de esta población dándonos paso a un tramo en el que hay que estar muy pendiente del GPS, pues por momento el trazado parece meterse literalmente en un campo de cultivo que en esta época del año aparece segado y no nos da ningún tipo de problema el paso. Unas rápidas interpretaciones del navegador nos llevan directos al asfalto por un descenso entre campos de trigo segados.

De nuevo en el trazado de la SO-411. Será ésta la que nos obligue a abandonar definitivamente la Región de Castilla y León. Por un bonito, tranquilo y encajonado paraje creado por el río Blanco, ascenderemos hasta el límite divisorio de ambas comunidades autónomas.

Estaremos entrando en la provincia de Guadajajara en el momento que salimos de este estrecho lugar y se abre ante nosotros un imponente campo eólico escoltado por un inmenso campo de girasoles que establecen un color emotivo para nuestros ojos.

Debemos tomar un camino que sale a la derecha de nuestra marcha y que parece querer acercarnos a esta simbiosis de campos respetuosos entre ellos. La energía renovable es cierto que produce impacto visual, pero no es menos cierto que es preferible a otro tipo de energías que se pretenden desarrollar por estos deshabitado y "olvidados" tierras como el "Fracking".

Esta novedosa y polémica técnica tiene a los pequeños pueblos de esta zona en pie de guerra contra los políticos y empresarios. Cantidad de carteles en contra de ello inundan todos los pueblos de esta comarca de Las Serranías.

Una vez en lo más alto del camino, nos topamos con la N-211 que no debemos tomar, y sí un camino paralelo que nos evitará circular por el asfalto.

Un desvío hacia Luzón nos presenta uno de esos grandes carteles contra el "fracking". En descenso, nos desviamos por un camino que nos hace rodar hasta el depósito de aguas de esta localidad. Hasta aquí no tendremos problemas de seguir el camino. La dificultad se ciñe en bajar desde este depósito hasta la localidad.

Tras un par de inspecciones oculares y de vistas al GPS opto por tomar el camino más corto entre dos puntos, la línea recta modo raid con bici a cuestas. Hubiese sido mucho más práctico evitar este último desvío por camino y haber bajado hasta la localidad por la misma carretera GU-947.

Una vez abajo. Se decide esperar al resto del grupo para marchar juntos de nuevo. El calor comenzaba a azotar a pesar de la altura a la que estábamos. Un fresco reguero me obliga a quitarme las botas y meter los pies en él. La sensación de relax fue fulminante. Diez segundo más tarde, la sensación era casi cortante.

Unas hortelanas, extrañadas al vernos nos preguntaron sobre el por qué de nuestra visita, y nos dieron una agradable conversación sobre los bienes de la localidad. Hablaban muy orgullosos de sus Escuelas e historias de duendes, pero muy enfurecidos por los proyectos del fracking. También nos informaron de parajes bonitos que visitar muy próximos y de la pena del mortal incendio de Guadalajara del verano del 2005, muy próximo a esta localidad. Por último me informó de que el agua en el que había relajado mis pies pertenecían a un jovencísimo rio Tajuña, que nacía a penas unos poco kilómetros más arriba de la localidad.

Tras casi media hora de interesante conversación, recibimos una llamada de Valentín. Nos esperaban en la otra parte del pueblo, para continuar nuestro camino por carretera.



Nos separaban seis cómodos kilómetros por la GU-947 hasta Ciruelos del Pinar. Donde de nuevo tomaríamos contacto con la tierra para adentrarnos en los terrenos afectados por el maltrecho incendio de hacía ya ocho veranos.

Un descenso rápido por una pista forestal, nos devuelve esa intensidad de concentración que requiere bicicleta de montaña.

Pocas sombras, suelo rojizo y pedregoso; un intenso olor a jara y mucha vegetación de monte bajo nos recordaba de alguna manera a nuestros Montes de Toledo.

Rodábamos por el encajonado Barranco de la Hoz. En nuestra mente estaba presente la desafortunada barbacoa junto a la cueva paleolítica de Casares, en la cercana localidad de Riba de Saelices.

Un laberinto de cañones componen la orografía que hacen de este sitio, una auténtica ratonera para casos de esta índole.

El calor apretaba y el grupo marchaba unido. Un cambio de barranco nos obliga a empezar a tomar altura para salir de este desordenado lugar de tajos que no dejaban ver más allá de lo que las propias paredes vegetales que forma cada una de estas entrelazadas depresiones.

Tras diez kilómetros volvemos a salir a la carretera GU-949 a la altura de la Casa Blanca de Solanillos. En breve volvemos a adentrarnos en una nueva pista forestal. En esta ocasión, el monte bajo comparte la vegetación pinos que evidencian una densidad preocupante.

Pero si somos capaces de mirar fijamente entre ellos, podemos observar la cruda realidad. Ocho años después de aquel accidente aún quedaban troncos calcinados, derribados, talados y ennegrcidos.

Tras el cruce transversal de un par de barrancos, salimos a la carretera CM-2120 que tomaremos hasta llegar a la pequeña localidad de Cobeta donde comeríamos gracias, nuevamente a las gestiones previas de Valentín.

Unos bocadillo fueron suficientes para la ocasión. Una, cuanto menos, curiosa conversación con una persona mayor del lugar sobre el incendio nos dejó perplejos. Su razonamiento era que el incendio fue positivo para el pueblo y para la naturaleza, a pesar de las muertes personales.

Mucho cansancio ya acumulado se evidenciaba en las caras de algunos compañeros. Pero aún quedaban unos muy duros 45 km hasta el final de la etapa y del viaje.

La salida de Cobeta, con mucho calor, la hacemos levemente en ascenso hacia el este. Pronto llegaremos a un cruce de carreteras que nos sacará a la GU-951 y que nos adentrará oficialmente en el Parque Natural del Alto Tajo.

Este nos recibe con un rapidísimo descenso hasta el puente sobre el cauce del río Arandilla. Con cuidado de no saltarnos el desvío, deberemos salir del asfalto nada más cruzar el vadeo hacia la pista que acompaña al río hacia el norte.

Esta ruta nos recibe con unos espectaculares cañones creados por la erosión de las aguas creando formas en las piedras que nos sumergen en un auténtico museo natural.

Absortos en lo que la naturaleza nos regalaba a nuestros ojos, en el tramo bien merecía la pena arriesgar  levantando la mirada a pesar de poder topar con alguna piedra que te hiciese dar con tus huesos en la tierra.

Así con un llaneo cómodo llegamos hasta la ermita de la Virgen de Montesinos, donde comenzó el remonte del barranco con una seria pendiente que nos obligaba a ascender y abandonar este bonito y tranquilo paraje.

Este ascenso entre pinos, nos llevó a un cruce de camino en medio de un collado donde realizamos una reunificación de grupo. Un leve interesante descenso hasta el Campamento Juvenil Torrejara, nos dejaba de nuevo a los pies de un nuevo cauce, en esta ocasión el del arroyo de la Fuente del Buey.

Tocaba de nuevo remontar los metros perdidos en el leve descenso anterior mediante una adecentada pista foresta con unas peculiares y simbólicas curvas en zigzag que permitía observar el sufrimiento, tanto de los que marchaban por delante como por detrás de nuestra marcha.

Estábamos en el punto más alto de la jornada de hoy (1328m) y de golpe, como si un telón de una obra teatral se tratase, los pinos se retiraron y dieron paso a una extensa llanura cerealista con unas bonitas vistas a Torremocha del Pinar.

El pueblo, fue recibido con alegría puesto que el calor, el cansancio acumulado y el duro ascenso; hicieron daño a nuestros maltrechos cuerpos. Como un goteo de ciclistas y un rosario, fueron llegando uno por uno todos los compañeros en busca de la fuente del pueblo donde poder refrescar los cuerpos y rellenar los bidones de agua.

Una vez recuperadas las fuerzas y regulado la temperatura corporal, volvimos a nuestras andadas en busca de nuevo del denso pinar.

Un leve ascenso para salir de la localidad fue el único esfuerzo que tuvimos que realizar en los próximos kilómetros hasta llegar a la carretera CM-2015 donde tomaríamos una pista donde tocaría descensder todo lo ganado con anterioridad hasta llegar al pintoresco cañon del río Gallo.

Diez kilómetros que supieron a gloria. Todo un regalo para nuestros sentidos... La velocidad no hacía justicia con el disfrute y en numerosas ocasiones tuvimos que reducir la velocidad para disfrutar durante más tiempo de este laberinto de pistas fortestales.

El tramo final, por el barranco Valdebueyes fue la guinda del pastel. En esta ocasión, la reducción de velocidad fue por cautela y precaución... Un respetuoso abismo se abria a nuestra izquierda entre los pinos. Increíble el tramo.

Habbíamos llegado a la confluencia con la carretera GU-958, o lo que es lo mismo, al barranco del río Gallo. Acompañándolo aguas arriba, el río nos ofracia un frescor y una tranquilidad inaudita, solo rota por el paso de los coches de turistas que también querían disfrutar de su encanto.

Ahora sí, las mirada hacia el cielo se perdían en busca del final de las paredes que flanqueaban este cauce.
Espectacular. Increíble la sensación de pequeñez que te produce la naturaleza cuando estás en el corazón de su alma.

Ensimismados en la grandeza que nos ofrecía este tramo, llegamos hasta el santuario de nuestra señora de la Hoz, situado a los pies de una de las formaciones geológicas más pintorescas de la zona.

Poco después, la carretera nos sacaba definitivamente de este angosto cañón hacia una nueva llanura ondulada. Campos de girasoles nos daban de nuevo la bienvenida. En  la localidad de Ventosa cambiamos de carretera para coger la GU-960 que tomaremos durante un poco tiempo antes de desviaronos hacia Terraza.

Estábamos llegando al final. Ondulados campos amarillos parecían despedirse de los viajeros que tristemente estaban llegando a su final de viaje.

Una pista que sale de esta última pedanía con sitúa en un pseudo valle de girasoles. Pronto saldremos de nuevo al asfalto en las casas de Castellote, donde se hace la reunificación final del grupo para tomar de nuevo la carretera GU-958 que nos conducirá a nuestro destino final.

Molina de Aragón, ciudad histórica y fría. Nos recibe con su imponente castillo. La tentación es poderosa a pesar del cansacio. Allá fuimos, a lo alto de su torreó, mas allá de sus murallas. La ocasión lo merecía.

Una tranquila cerveza brindando por los buenos momentos, la anécdotas y los paisajes que estas deshabitadas tierras nos habían regalado.

Firmábamos aquí el punto y a parte. Con ganas de seguir con la segunda y definitiva estrofa de este Cantar de Mío Cid que nos llevará, si Dios quiere, el próximo año hasta Valencia.

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