martes, 2 de septiembre de 2014

ETAPA 3: EL BUSRGO DE OSMA - MEDINACELI




Tres horas de sueño no fueron suficientes para descansar ambas fatigas. Una mala sensación se apoderaría de mi cuerpo durante la primera parte de esta jornada. Pero era el precio que debía pagar por mis excesos nocturnos. Aunque, sinceramente, bien mereció la pena.

El obligado desayuno no hizo otra cosa sino confirmarme que aquello no iba a ser tan fácil como pensaba. Dos compañeros de fatigas nocturnas ya habían decidido no partir con la expedición a la hora programada y marchar unas horas más tarde junto con el chófer del autobús; esa era una opción muy tentadora que no tuvo lugar en mi cabeza.

Por tanto, mi estrategia era clara; penar lo mínimo posible. Y para ello debía ir rezagado y escondido en la parte trasera del pelotón. Era lo que tocaba.

La salida, puntual, nos dirigió hacia el suroeste. Siguiendo fielmente el trazado del río Ucero que se abría paso entre el promontorio rocoso del Lomero. Un adecentado carril bici a un lado de su curso y la carretera SO-160 en el lado opuesto, serpenteaban a los pies del Castillo de Osma y de las Atalayas de vigilancia.

Este tipo de construcciones moriscas, las encontraríamos en gran número a lo largo de esta jornada, ya que recorreríamos tierras de fronteras bien definidas por el río Duero. Aquellas de la época de la reconquista cristiana. Por tanto, nos encontrábamos ante una jornada eminentemente histórica.

Los primeros 5km fueron cómodos hasta llegar a La Olmeda. El camino tiende a seguir aguas abajo el río Ucero hasta esta pequeña pedanía. Incluso el frescor de la mañana me vino bien para despejar mi cuerpo.

La salida, por el camino de la Quintana nos deja en un pequeño repechito de a penas 2 km, me devolvió a la realidad. Y es que mi cuerpo no iba bien. David Navarro, amablemente me ofreció un Almax. Nunca jamás había tomado este medicamento para el estómago, y debo reconocer que el alivio fue instantáneo. El malestar corporal desapareció. No así la fatiga muscular, evidentemente.

Los campos de cultivo, segados en estas avanzadas fechas, no eran un aliciente visual. Pero en el recortado horizonte comenzaba a divisarse una interesante silueta. Un monte isla en medio de esta extensa llanura cerealista que focalizaba toda nuestra atención. Era el Castillo de Gormaz.

Allí dirigíamos nuestra mirada, y allí debíamos dirigirnos en estos primeros kilómetros de la mañana. Con respeto levantábamos la mirada como si de alguna manera quisiésemos evitar el encuentro.

Tras el paso cercano por una nueva atalaya, el camino da un respiro a modo de leve descenso. Un desvío a la derecha nos obliga a cruzar una vía férrea y nos aproxima hacia el caudaloso río Duero.

De nuevo un giro, ahora hacia el este, nos pone en contacto directo con el Camino Natural del Duero que no saca a la carretera SO-160 a la altura de la granja del Enebral.

Un pinchazo divide al grupo en este momento. El tramo de carretera son apenas dos kilómetros (del km 9 al 11) por lo que se decide avanzar el grueso del grupo hasta la salida al siguiente camino por seguridad.

Mientras esperamos al resto de la expedición en uno de los caminos cercanos a la granja Bobones, uno de los ganaderos de esta finca nos advierte que el Camino Natural del Duero, que momentaneamente estamos siguiendo, sale un poco más adelante de actual ubicación.

Y así fue, una vez pasado todas las instalaciones ganaderas, unos pocos metros más adelante de la carretera, salía un camino con las marcas de este camino homologado que nos dirigía sin duda alguna hacia el imponente castillo de Gormaz.


Antes del obligado paso previo por la localidad de Gormaz, el camino ya había tendido su porcentaje al alza. Si bien el ascenso hasta el castillo no es de paso obligado, bien merece la pena ese sobreesfuerzo para poder contemplar las múltiples y bellas panorámicas que nos ofrece de estos campos surcados por un tranquilo río Duero.

El ascenso desde el pueblo es de tan solo un kilómetro y medio por un buen asfalto. Previamente, podemos haber cogido agua de su fresco caño. El último tramo de hormigón, desde el parking hasta la puerta del propio castillo, resultó ser un reto grupal entre los participantes ya que sobrepasa la veintena porcentual de desnivel.

El castillo de origen musulman ocupa toda la planta del cerro sobre el que se levanta. Como unos críos anduvimos de un lado para otro en busca de cualquier rincón curioso o de cualquier anécdota curiosa que encontrar. Fotos y más fotos. Tranquilidad. Aquellas vistas, dispuestas en cualquiera de los cuatro puntos cardinales, te enajenaban por completo.

Tocaba volver a la realidad, y con ello continuar nuestro camino. El descenso es rápido de nuevo hasta la población. Y desde aquí sale un técnico sendero en zig-zag que nos dejaría en el puente que nos daría paso sobre el afamado río Duero.

Es este un tramo común con el GR-86 del sendero Ibérico-Soriano, que nos acompañaría hasta la localidad de Recuerda.

Tan solo habíamos recorrido 20 kilómetros de esta interesante ruta. Un pequeño descanso en la plaza-frontón de esta localidad fue suficiente para sellar las credenciales de todos los participantes.

El camino partía hacia el este en busca de la población de Morales. Tan solo seis kilómetros separan ambas localidades, pero con una pequeña tachuela que nos puso en evidencia a todos aquellos que habíamos osado tentar nuestras fuerzas la noche anterior. Poco a poco íbamos separándonos del grupo dejándolo marchar para no sufrir en demasía.

Pronto llegó el collado, y con él, nuestro alivio. Al fondo se divisaba la siguiente población en la que entramos de nuevo todos agrupados.

Sin parar, callejeamos por esta pequeña localidad para salir por el camino del molino en busca del río Duero. Realizamos un leve recodo para rodar paralelos al cauce de éste y pronto virar junto a una cantera a cielo abierto para aproximarnos hacia Aguilera; localidad asentada en la base de dos mesas que sitian este enclave.


Girando nuestra cabeza, observábamos ya en la distancia la particular silueta del castillo de Gormaz. Pero cuando volvíamos hacia delante, una respetuosa subida por una ancha y adecentada pista nos esperaba tras la localidad de Aguilera que nos ascendía a una de las múltiples mesas que salpican estas llanuras.

Este camino vuelve a coincidir con el GR-86 que nos dirige ahora directamente hacia la bella y señorial localidad de Berlanga. Ésta nos recibe con una rápida pendiente que nos lleva a coger puntas altas de velocidad.


Sus calles portaladas nos dan paso a su bonita plaza mayor donde haremos nuestro descanso de media mañana. Refrescos y algo de dulce para reponer energías en nuestro cuerpo. Algo de fruta adquirida de una próxima frutería, nos complementa nuestra alimentación.

Es aquí donde Juanjo y Colino se unen a nuestra expedición. Con unas horas más de descanso y unos cuantos kilómetros menos en sus piernas. Es ahora cuando me alegro de haber hecho el esfuerzo de salir a primera hora de la mañana. No me hubiese perdonado haberme perdido las vistas que nos ofrecía el Castillo de Gormaz.

Tras el descanso, una visita obligada al Castillo-Palacio Ducal de Berlanga. A sus pies, nos detuvimos todos observando su esbeltez. Tentadora subida que unos pocos osados se atrevieron a ascender.


Las vistas de la localidad por delante, y de la hoz del río de Escalote y la loma del Coborrón por detrás, bien merece la pena del esfuerzo realizado. Adolfo, Miguel Karvi y el que escribe se aprovecharon de esas vistas.

A la salida, dejamos esta espectacular instantánea de la muralla del castillo para ponernos rumbo hacia Bordecorex. 15 kilómetros por extensos campos de cultivo de girasoles recorriendo aguas arriba el propio río Escalote.


El valle iba estrechándose cada kilómetro que avanzábamos, encajonándose entre mesas con un horizonte infinito. Resultó ser uno de los tramos más aburridos de la ruta, pos su linealidad y continuo pedaleo. Tan solo fue salpicado por la aparición de un par de cervatillos que habían bajado al río a refrescares y que a nuestra presencia, asustado, corrieron ladera arriba.


El otro dato curioso de este tramo fue la aparición de dos nuevas atalayas moriscas a uno y otro lado del valle.

Ciruela y Caltojar, quedaban a la derecha de nuestra ruta, al otro lado del cauce del río. Los densos campos de girasoles amarilleaban el paisaje de una manera espectacular. Todos alineados cuadriculadamente.

La percepción de este tramo engaña a la realidad. Un aparente falso llano es realmente un continuo ascenso que lima las piernas de manera casi imperceptible.

La fuente de Bordecorex fue recibida con ansia por parte del grupo. Una escondida localidad a los pies del valle de Torete que se encajona entre las muelas que forman un peculiar enclave del que el camino nos obliga a salir, ascendiendo hasta lo alto de una de estas muelas.

Rellenamos los bidones en vista al duro ascenso que nos espera para salir de este peculiar enclave. Dos kilómetros de intensa subida en la que mi cuerpo se sintió completamente recuperado. Las sensaciones fueron muy buenas en este momento de esfuerzo y di por finiquitada la fase "amarrategui".


A la izquierda íbamos dejando el valle del río Torete, cambiando completamente la perspectiva de este peculiar paraje. La ancha y adecentada pista que nos separaba del cauce del río tenía una pendiente muy continua y llevadera que permitió poner un ritmo constante para abordar un ascenso que se temía duro por los kilómetros anteriores, más que por el ascenso en sí.

Una vez arriba, reunificamos el grupo y nos desviamos intencionadamente de la ruta original para visitar un interesante pueblo situado muy cercano a nuestra ubicación. Rello.

Un giro de 180º nos volvió momentáneamente marcha atrás siguiendo una pista en muy buen estado de la que saldría perpendicularmente un pequeño camino que por momento parecía desaparecer entre las tierras de labranza. Pareciera como si de un momento a otro fuésemos a quedarnos sin trazado. Pero Valentín tenía todo estudiado y merecía toda nuestra confianza.

A la altura de una taina abandonada el camino comenzó a descender de nuevo de la mesa sobre la que habíamos llaneado estos últimos 4 kilómetros por un divertido trazado hasta llegar, de nuevo, a lo más profundo de otro encajonado valle entre mesas. De nuevo nos topábamos con el río Escalote.

Poco a poco nos íbamos acercando al objetivo anexo de la ruta de hoy. Rello. Peculiar localidad fortificada que se asoma desde de una de las abundantes mesas que forman esta característica comarca.

De camino a esta bonita localidad, Valentín aprovechaba a contarnos datos anecdóticos e historias curiosas de esta localidad. No paraba de recitar e informarnos de que "El rollo de Rello es de hierro" a modo de trabalengua que unido al pequeño esfuerzo en el ascenso para acceder a ella nos creaba ciertas dificultades de vocalización.

Me sorprendió muy gratamente la visita a esta desconocida localidad que poco tiene que envidiar a otras pequeñas villas mucho más promovidas turísticamente.

Allí nos encontramos con una interesante fortificación, unas murallas bien mantenidas y unas laberínticas y estrechas calles por las que aprovechamos a perdernos.

Unos chavales aprovechaban el día a la sombra vendiendo cantidad de fósiles encontrados en las cercanías, lo que nos indicaba que además del interés histórico, la zona, también tiene un importante interés geológico.

Mientras que algunos de la expedición negociaban con los chavales el valor de sus objetos pétreos, otros aprovechábamos para observar las vistas que nos ofrecía esta privilegiada situación de la localidad. Pudiendo divisar los caminos por los que habíamos accedido a ella.

Se nos hacía tarde, y debíamos llegar a Barahona donde estaba concertada la comida. Con las prisas o por otras razones, algunos de los componentes se despistaron en la partida de Rello dividiéndose de nuevo el grupo en dos.

El tiempo se nos echaba en cima y decidimos hacer el tramo hasta la localidad donde comeríamos por la carretera SO-132. En Marazovel paramos el grupo delantero para reunificarnos y hacer el resto de los 10 kilómetros que separaban ambas localidades de forma conjunta.

Este tramo no tuvo mayores complicaciones que alguna ondulaciones sin importancia en el trazado.

El bar-hostar Guarni fue el encargado de reponer nuestras energías. Las bicis apoyadas en su pared hacían momentáneamente de entretenimiento de los lugareños que por allí pasaban. Un buen menú a base de filete con patatas y pasta para unos; y de pasta... y pasta para otros, nos hizo recobrar los nutrientes necesarios para continuar nuestro camino.

Un peculiar perrillo en la ventana del vecino y una "educada" anécdota con alguna petición de Juanjo hacia una jovenzuela, amenizaron la sobremesa en la "terraza" del local.

Reanudamos la marcha hacia el sur en busca de la pequeña localidad de Alpanseque por una descuidada carretera con  muy poco tránsito. Estos 5 primeros kilómetros cómodos y llanos se agradecieron tras el parón obligado por la comida.

A la salida de esta casi deshabitada población, tomamos una pista hacia el este que nos mantendría en un tramo cómodo hasta llegar a un desvío que nos introdujo en un desdibujado trazado que nos dirigía camino a un denso chaparral que nos desconectaría por completo de la civilización.

Y así fue como nos adentramos en uno de los sectores más bonitos pero a la vez incómodos de la jornada de hoy.

El piso extremadamente pedregoso hacía sufrir a los valientes que llevaban una bici rígida, no tanto para los afortunados con monturas de doble suspensión.


Además, sin percibirlo, estábamos constantemente en ascenso continuo que goleaba las piernas que aún no se habían desentumecido de la parada de medio día. Serpentenado entre los chaparros, llegábamos a un momento tal de concentración individual que la unión del grupo pasó a un segundo plano.

Los encargados del GPS debían confirmar constantemente el trazado ya que el camino se basaba a veces en una simple rodada casi conquistada por la vegetación.

Algunos reagrupamientos fueron necesarios para no perder la unidad del grupo por este frondoso bosque de encinas y chaparros.

Ocho técnicos y divertidos kilómetros que parecieron ser más para nuestra percepción temporal. Y que sirvieron, para hacer por primera vez entrada en nuestra región de Castilla-La Mancha. Además en este tramo pudimos tocar el techo de esta jornada de hoy con unos "inaparentes" 1218msnm.

La salida de este laberinto enclavado en La Serranía, se realiza de manera perpendicular a la carretera que une Sienes con Torrecilla del Ducado. Ambos pueblos son pertenecientes a la provincia de Guadalajara y sus términos municipales son limítrofes con Castilla y León.


El descenso rápido, recto y vertiginoso hasta Torrecilla es utilizado como descanso físico y mental para todos los compañeros

De Torrecilla a Conquezuela tan solo existen dos kilómetros por la misma olvidada carretera y que nos devuelve de nuevo a la provincia soriana.

Una cabezonería de Juanjo en su interpretación del GPS quiso que un pequeño grupo cruzara una tapia tras verse cortado el paso en una de las calles de esta pequeña localidad soriana. Otra pequeña discusión, de nuevo por malas interpretaciones de GPS a la hora de tomar la salida de este pueblo entre Jesús y Valentín hizo que el tramo por estos nuevos campos se recordase con estos anecdóticos momentos.

Nos llamó la atención el cruzarnos con varios chicos en bici por el vetusto asfalto que nos dirigía a la siguiente población de Miño de Medinaceli. Pero la respuesta estuvo en que a mitad de camino entre ambas localidades existe un área recreativa con mesas y fuente de agua con una curiosa ermita, denominada de la Santa Cruz, construida en una oquedad dentro de una pétrea loma que sale a la izquierda de nuestro camino.

Utilizamos este lugar para descansar, reponer agua y para cotillear la particular cueva que guardaba a este edificio religioso en el que observamos lo que nos pareció algunas pinturas rupestres.

A Miño de Medinaceli llegamos ya con disparidad de fuerzas dentro del grupo. Mi actitud "amarrategui" por la marcha nocturna del día anterior, me permitió personalmente llegar con bastante fuerza, no así para otros componentes de la expedición.

Sabiéndose cercanos al destino, algunos compañeros intentaron evadirse del control grupal con un absurdo y peligroso juego de ataques en algunos repechos, que en una de las ocasiones llegó a costarnos un gran susto en nuestros cuerpos, afortunadamente sin ningún tipo de consecuencias. Pero que nos sirvió para recordar que en la carretera, aunque sea poco transitada, no vamos solos... y tenemos que pensar en el grupo.

Y así fue, en los 10 últimos kilómetros, como si el destino nos hubiese dado un toque de atención, marchamos todos unidos ayudándonos los fuertes a los menos fuertes y haciendo piña cuando nuestros ojos observaban a lo lejos la muela sobre la que se asienta la histórica plaza de Medinaceli.

Un campo eólico a nuestra izquierda, nos recuerda que rodamos por parajes en altura que se confirma al observar un ligero valle a nuestra derecha.

La carretera nos obliga a descender hasta este ligero valle para afrontar la última y definitiva subida hasta Medinaceli a la vez que coincidimos con la llegada de nuestro autobús que va en nuestra búsqueda para que tomemos nuestras maletas.

El milenario arco romano nos da la bienvenida para disfrutar de esta importantísima localidad de paso de hace ya dos milenios.

Valentín de nuevo había acertado con el hospedaje, llenamos nosotros solos todo un moderno hotel con grandes habitaciones, patio comunal a modo "Aquí no hay quien viva", mejores vistas hacia lo que sería la salida del día siguiente y servicios "gratuitos de masajes fríos". Un interesante paseo por las calles llenas de historia sirvieron para estirar las piernas, hacer algunas llamadas a amigos y familiares; y sobre todo para abrir el apetito para disfrutar del cochinillo que exquisitamente había elegido nuestro presidente para reponer fuerzas de cara a la cuarta y última etapa de nuestro viaje.

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