Pues aquí estamos, un año después, para continuar con nuestra aventura de El Destierro, exactamente en el mismo lugar donde lo dejamos el año anterior.
Molina de Aragón nos recibía a eso de las 8:00 de la mañana tras un tranquilo viaje en autobús que había partido cuatro horas antes desde Torrijos. 18+1 aventureros predispuestos a disfrutar, y sufrir, la segunda mitad de nuestro camino hacia tierras levantinas.
El grupo, en algún lugar del PN Alto Tajo |
De camino a Castilnuevo |
Rodando por esta pista dejamos a la derecha una serie de lomas. Sobre una de ellas se levanta tímidamente la pequeña ermita de San Cristóbal. Y sobre esas lomas, al sur, debíamos centrar nuestra atención puesto que serían el primer escollo a salvar en esta jornada.
Un giro de brusco de noventa grados nos puso frente a nosotros una larga, tendida, ancha y lineal subida de otros cinco kilómetros que nos sacaba de los campos de cultivo para adentrarnos poco a poco dentro de un denso encinar.
Encinar de camino a Tierzo |
Aquí, en un nuevo tramo de llaneo, pudimos observar algunos corzos que corrían a protegerse de nuestra presencia entre los matorrales. Una bella casualidad que nos alegró este momento de la mañana.
Campos de cultivo de Tierzo |
Aunque, como "todo lo que sube, baja", fuimos recompensados con otro divertido descenso por este páramo que dará paso al Parque Natural del Alto Tajo.
Collado Pradejones |
En el rapidísimo descenso por esta misma carretera, no debemos saltarnos el desvío a la izquierda hacia la pista forestal que nos elevará hasta el Collado Somero donde el tráfico de coches no será menor que sobre el asfalto.
Cañones del PN del Alto Tajo |
Tras salvar el mencionado collado, la orografía cambia radicalmente topándonos de lleno con este Parque Natural que encauza al mayor río de la península.
Afilados cañones que recortan el azul celeste para descender hasta el verde turquesa que caracteriza al río Tajo en sus primeros kilómetros de vida.
Aprovechando el descenso de cotas en nuestra ruta, levantamos la mirada del piso para poder contemplar esta espectacular zona. Tras los mencionados cañones, nos encontramos primero con el Salto de la Poveda en el río Tajo a la derecha; y poco más abajo la peculiar Laguna de Taravilla.
Laguna de Taravilla |
Serpenteando condicionados al trazado del río, nos introducimos en un bello paraje que nos deja boquiabiertos, a la vez que nos hipnotiza con el color de sus aguas. Un extenso tramo de pinar nos regala una agradable sombra, aumentando así la sensación de disfrute de la actividad que estamos llevando a cabo.
Aguas puras del Tajo |
Un cómodo paseo que poco a poco nos invita a aproximarnos a la orilla del río, descendiendo cotas hasta poder pedalear junto a él sin tener que mirar hacia abajo.
Paraje del Rinconquillo |
Es en este amplio meandro donde el río nos permite acercarnos hasta su ribera para poder vislumbrar de cerca el esplendor, pureza y cristalinidad de sus aguas.
Carretera hacia Peraejos de las Truchas |
Pronto llegaremos al vetusto asfalto de la carretera CM-2106. A la derecha dejaremos el puente de Martinete que da paso a la vecina provincia conquese,. Tomaremos el rumbo opuesto, hacia el oeste, para llegar al Camping de Peralejos de las Truchas.
Es en este lugar donde haremos nuestra parada de medio día para comer, recuperar fuerzas y refrescarnos en las increíbles limpias aguas del Tajo.
El río Tajo a su paso por el camping de Peralejos |
Cantera de caolín. |
Parajes próximos a La Campana |
Antes de afrontar la esperada y respetuosa batalla, debíamos descender hasta lo más profundo de la hoz para vadear su cauce y comenzar seguidamente el ascenso.
Vadeando el río Seco |
Comenzaba, pues, el peor tramo del día, e incluso me atrevería a decir, el peor de todo el recorrido final. Pero como la bici es cuestión de mentalización, Valentín nos lo había advertido hasta la saciedad con bastante tiempo de antelación. El suficiente para que estos tres kilómetros de arrastra-bike se nos pasase en menos de lo que esperábamos.
Cuestas y pisos imposibles. |
Por otro lado, en algunas de las diversas paradas de descanso que hacíamos para recuperar el aliento, temperatura corporal y pulsaciones, podíamos observar, al otro lado del la hoz, el camino por el que habíamos transitado cuando divisamos por primera vez el punto donde nos encontrábamos actualmente.
Vista del paraje de La Muela, desde La Muela. |
Añadir leyenda |
Un rápido y corto descenso nos dejaba en uno de los múltiplos altiplanos que componen el Señorío de Molina a más de 1500 m de altura. Una zona plenamente deshabitada y donde no me gustaría rodar en los meses de invierno.
Rodando por los altiplanos del Señorio de Molina |
Mi lado aventurero disfrutaba del enclave y de todo lo que se nos ofrecía ante nuestros ojos, pero el sentido común del ser humano civilizado me avisaba de que el agua podía empezar a tener un valor incalculable dentro del grupo algunos kilómetros más adelante.
El camino se topaba de bruces con otro que lo cruzaba transversalmente. Esperamos a la reunificación del grupo para continuar hacia nuestra izquierda en una leve subida donde en lo alto nos esperaba un "atajo".
"Atajo" para empalmar dos caminos |
No lo sabíamos, pero estábamos a punto de traspasar a la comunidad de Aragón, dentro de la provincia de Teruel.
Ningún cartel nos lo anunciaba, ningún límite físico aparente nos lo evidenciaba, pero los dichos aparatitos eléctrónicos así nos lo indicaban. Así pues pasamos a rodar por tierras aragonesas.
Pocos metros antes de pasar a Aragón |
Como el grupo iba partido y yo con agua, lo pasé de largo por posibles contaminaciones pero el resto de los compañeros se vieron en la encrucijada de morir sedientos o de gastrointeritis. Optaron por la segunda opción, saliéndoles muy bien la jugada.
Por delante, rodaba ajeno a estos órdagos que los compañeros hacía por detrás. Mi intención llegar a Griegos, el único pueblo cercano desde que salimos de comer. Pero éste, el segundo núcleo urbano más alto de la península, se situaba en eso, en un alto.
Desestimada esa opción al tantear el nivel del agua, esperé al resto de los compañeros que volvían con sus bidones y su estómago saciados de su cita con el azar convirtiendo el abrevadero de vacas en una auténtica ruleta rusa.
Un requiebro a la carretera de Griegos nos dejaba camino a la última ascensión seria del día. Seis kilómetros hasta lo más alto del Cerro de la Pared junto al barranco del mismo nombre. Aunque, eso sí, protegidos por un denso y extenso pinar en toda la subida.
Pinar del Cerro de la Pared |
El camino se transformó, tras el leve paso por el collado de la Garita, en un adecentado piso que nos parecía el definitivo hasta nuestra meta en Nogueras.
Camino próximo al Collado de la Garita. |
Pero el arroyo desapareció, los kilómetros se aproximaban al final y no se vislumbraba pueblo alguno; tan solo un leve repecho que dolió más mentalmente que físicamente, que también.
Una subida que nos sacaba de la vega del arroyo hacia la carretera principal por donde, ahora sí, establecimos contacto ocular, allí en lo más profundo del valle, con Nogueras de Albarracín.
Porcentaje "a gusto del consumidor" descendiendo a Nogueras |
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