jueves, 4 de septiembre de 2014

ETAPA 5: MOLINA DE ARAGÓN - NOGUERA DE ALBARRACÍN


Pues aquí estamos, un año después, para continuar con nuestra aventura de El Destierro, exactamente en el mismo lugar donde lo dejamos el año anterior.

Molina de Aragón nos recibía a eso de las 8:00 de la mañana tras un tranquilo viaje en autobús que había partido cuatro horas antes desde Torrijos. 18+1 aventureros predispuestos a disfrutar, y sufrir, la segunda mitad de nuestro camino hacia tierras levantinas.
El grupo, en algún lugar del PN Alto Tajo
Con mucha ilusión nos pusimos a rodar por la adecentada carretera de Castilnuevo, paralelos al río Gallo. Cinco tranquilos kilómetros que nos sirvieron para desentumecer las piernas del viaje y poner a funcionar nuestro cuerpo de cara a la etapa de hoy.
De camino a Castilnuevo
Tras pasar junto a una piscifactoría que aprovecha el cauce de este joven río, nos salimos del asfalto para cruzarlo por el puente del morisco y tomar contacto por primera vez con la tierra.

Rodando por esta pista dejamos a la derecha una serie de lomas. Sobre una de ellas se levanta tímidamente la pequeña ermita de San Cristóbal. Y sobre esas lomas, al sur, debíamos centrar nuestra atención puesto que serían el primer escollo a salvar en esta jornada.

Un giro de brusco de noventa grados nos puso frente a nosotros una larga, tendida, ancha y lineal subida de otros cinco kilómetros que nos sacaba de los campos de cultivo para adentrarnos poco a poco dentro de un denso encinar.
Encinar de camino a Tierzo
Estábamos a 1330 metros de altitud cuando el camino viró a la derecha para iniciar una rápida, divertida y serpenteante bajada hasta los campos de labor de Tierzo.

Aquí, en un nuevo tramo de llaneo, pudimos observar algunos corzos que corrían a protegerse de nuestra presencia entre los matorrales. Una bella casualidad que nos alegró este momento de la mañana.
Campos de cultivo de Tierzo
Para salir de nuevo al asfalto, en esta ocasión de la CM-210, deberíamos remontar el collado de los Pradejones; corto pero con un desnivel pronunciado.

Aunque, como "todo lo que sube, baja", fuimos recompensados con otro divertido descenso por este páramo que dará paso al Parque Natural del Alto Tajo.
Collado Pradejones
Ya en la carretera, tomamos rumbo a Taravilla. Seis kilómetros en ascenso hasta esta localidad donde el buen estado del firme nos permite tomar un ritmo cómodo, constante y con algunos invitados a motor, en detrimento de la exclusividad que nos ofrecen los caminos.

En el rapidísimo descenso por esta misma carretera, no debemos saltarnos el desvío a la izquierda hacia la pista forestal que nos elevará hasta el Collado Somero donde el tráfico de coches no será menor que sobre el asfalto.
Cañones del PN del Alto Tajo
Esto es debido a que esta pista da acceso a uno de los puntos de interés más bonitos de este PN del Alto Tajo; la Laguna de Taravilla.

Tras salvar el mencionado collado, la orografía cambia radicalmente topándonos de lleno con este Parque Natural que encauza al mayor río de la península.

Afilados cañones que recortan el azul celeste para descender hasta el verde turquesa que caracteriza al río Tajo en sus primeros kilómetros de vida.

Aprovechando el descenso de cotas en nuestra ruta, levantamos la mirada del piso para poder contemplar esta espectacular zona. Tras los mencionados cañones, nos encontramos primero con el Salto de la Poveda en el río Tajo a la derecha; y poco más abajo la peculiar Laguna de Taravilla.
Laguna de Taravilla
Una vez a la altura de la laguna, nos poníamos en ruta paralelos al Tajo, que transitaba aguas abajo, coincidiendo con varios recorridos homologado y oficiales como el GR-10 y el Camino Natural del Tajo.

Serpenteando condicionados al trazado del río, nos introducimos en un bello paraje que nos deja boquiabiertos, a la vez que nos hipnotiza con el color de sus aguas. Un extenso tramo de pinar nos regala una agradable sombra, aumentando así la sensación de disfrute de la actividad que estamos llevando a cabo.
Aguas puras del Tajo
Estrecho y encajonado, el cauce nos acompaña metros más abajo, mientras que los cañones, escondidos entre el denso pinar, se elevan hasta el infinito.

Un cómodo paseo que poco a poco nos invita a aproximarnos a la orilla del río, descendiendo cotas hasta poder pedalear junto a él sin tener que mirar hacia abajo.
Paraje del Rinconquillo
Estamos en el peculiar paraje del Rinconquillo, donde una caprichosa apertura entre los cañones nos llama la atención y se nos asemeja al icono utilizado como imagen y promoción del Parque Natural.

Es en este amplio meandro donde el río nos permite acercarnos hasta su ribera para poder vislumbrar de cerca el esplendor, pureza y cristalinidad de sus aguas.
Carretera hacia Peraejos de las Truchas
Desde este momento el río ejerce, aguas arriba, de frontera fluvial entre las provincias de Guadalajara y Cuenca.

Pronto llegaremos al vetusto asfalto de la carretera CM-2106. A la derecha dejaremos el puente de Martinete que da paso a la vecina provincia conquese,. Tomaremos el rumbo opuesto, hacia el oeste, para llegar al Camping de Peralejos de las Truchas.

Es en este lugar donde haremos nuestra parada de medio día para comer, recuperar fuerzas y refrescarnos en las increíbles limpias aguas del Tajo.
El río Tajo a su paso por el camping de Peralejos
Tras el descanso, tan solo dos kilómetros separan de Peralejos de las Truchas, desde donde iniciamos un ascenso por pistas durante cinco km hasta la Ermita de Ribagorda, sitiada muy próxima a unas espectaculares canteras de caolín que llaman la atención a nuestro paso.
Cantera de caolín.
El camino suaviza la pendiente con ligeras y cortas ondulaciones que poco a poco nos van aproximando al paraje de La Campana. Una muela cuasivertical perfilada por la hoz del río Seco que debíamos salvar para continuar nuestro camino.
Parajes próximos a La Campana
Por este altiplano de más 1400 m de altura comenzaba poco a poco a asomar la silueta de la temida ascensión. Tan bella como imponente, se elevaba ante nosotros con cierto sabor de incredulidad al divisar sus rampas desde la lejanía.

Antes de afrontar la esperada y respetuosa batalla, debíamos descender hasta lo más profundo de la hoz para vadear su cauce y comenzar seguidamente el ascenso.
Vadeando el río Seco
Existe en este punto un nuevo puente de madera que permite su paso sin la obligación de refrescar nuestras piernas y monturas.

Comenzaba, pues, el peor tramo del día, e incluso me atrevería a decir, el peor de todo el recorrido final. Pero como la bici es cuestión de mentalización, Valentín nos lo había advertido hasta la saciedad con bastante tiempo de antelación. El suficiente para que estos tres kilómetros de arrastra-bike se nos pasase en menos de lo que esperábamos.
Cuestas y pisos imposibles.
Bien es cierto que la hora no acompañaba, cuando más apretaba el sol, pero algunas sombras salpicaban el trayecto. Existieron algunas intentonas por parte de los compañeros de avanzar algunos metros subidos en la bici. Pero el firme además de excesívamente elevado estaba completamente roto.

Por otro lado, en algunas de las diversas paradas de descanso que hacíamos para recuperar el aliento, temperatura corporal y pulsaciones, podíamos observar, al otro lado del la hoz, el camino por el que habíamos transitado cuando divisamos por primera vez el punto donde nos encontrábamos actualmente.
Vista del paraje de La Muela, desde La Muela.
Así, poco a poco conseguimos doblegar este cañón hasta llegar al final de su parte más dura, que no el final de la ascensión. Allí nos esperaba una jocosa señal que nos advertía del porcentaje de la pista que traíamos a nuestras espaldas.
Añadir leyenda
Tras el merecido descanso, las peticiones de dimisión del presidente y demás acciones típicas de personas sin un ápice de oxigeno en la cabeza, continuamos nuestro camino para finalizar la ascensión un par de kilómetros más adelante con un ritmo ligero y por una pista flanqueada por un pinar que nos ofrecía una más que codiciada sombra.

Un rápido y corto descenso nos dejaba en uno de los múltiplos altiplanos que componen el Señorío de Molina a más de 1500 m de altura. Una zona plenamente deshabitada y donde no me gustaría rodar en los meses de invierno.
Rodando por los altiplanos del Señorio de Molina
Por momentos aparecían grandes pinares que rápidamente volvían a desaparecer, dejándonos un horizonte inmenso sin atisbo de civilización alguna en muchos kilómetros a la redonda.

Mi lado aventurero disfrutaba del enclave y de todo lo que se nos ofrecía ante nuestros ojos, pero el sentido común del ser humano civilizado me avisaba de que el agua podía empezar a tener un valor incalculable dentro del grupo algunos kilómetros más adelante.

El camino se topaba de bruces con otro que lo cruzaba transversalmente. Esperamos a la reunificación del grupo para continuar hacia nuestra izquierda en una leve subida donde en lo alto nos esperaba un "atajo".
"Atajo" para empalmar dos caminos
Atajo que pareció convertirse en "loba" ya que si no es por el estudio previo de nuestro presi y de las líneas que trazaban los Garmin sobre sus pantallas, jamás hubiésemos podido encontrar este empalme de caminos que al final resultó ser más leve de lo que nos temimos.

No lo sabíamos, pero estábamos a punto de traspasar a la comunidad de Aragón, dentro de la provincia de Teruel.

Ningún cartel nos lo anunciaba, ningún límite físico aparente nos lo evidenciaba, pero los dichos aparatitos eléctrónicos así nos lo indicaban. Así pues pasamos a rodar por tierras aragonesas.
Pocos metros antes de pasar a Aragón
Fue entrar en tierras vecinas y un pequeño despiste/casualidad hizo que el grupo se partiese durante algún kilómetro. El agua comenzaba a escasear como me había temido kilómetros atrás y los pocos que viajábamos con camelback realizamos nuestro papel de surtidores de agua potable hasta llegar a un abrevadero.

Como el grupo iba partido y yo con agua, lo pasé de largo por posibles contaminaciones pero el resto de los compañeros se vieron en la encrucijada de morir sedientos o de gastrointeritis. Optaron por la segunda opción, saliéndoles muy bien la jugada.

Por delante, rodaba ajeno a estos órdagos que los compañeros hacía por detrás. Mi intención llegar a Griegos, el único pueblo cercano desde que salimos de comer. Pero éste, el segundo núcleo urbano más alto de la península, se situaba en eso, en un alto.

Desestimada esa opción al tantear el nivel del agua, esperé al resto de los compañeros que volvían con sus bidones y su estómago saciados de su cita con el azar convirtiendo el abrevadero de vacas en una auténtica ruleta rusa.

Un requiebro a la carretera de Griegos nos dejaba camino a la última ascensión seria del día. Seis kilómetros hasta lo más alto del Cerro de la Pared junto al barranco del mismo nombre. Aunque, eso sí, protegidos por un denso y extenso pinar en toda la subida.
Pinar del Cerro de la Pared
Una vez arriba disfrutamos de la bajada con algo de cuidado puesto que en medio de ésta nos topábamos con una pista que cruzaba transversalmente la cual había que tomar a la derecha para coger rumbo este.

El camino se transformó, tras el leve paso por el collado de la Garita, en un adecentado piso que nos parecía el definitivo hasta nuestra meta en Nogueras.
Camino próximo al Collado de la Garita.
Un arroyo nos acompañaba aguas abajo, los kilómetros iban cayendo paulatinamente. Todo indicaba que iba a ser un final perfecto, placido, de esos en los que no vuelves a dar pedales.

Pero el arroyo desapareció, los kilómetros se aproximaban al final y no se vislumbraba pueblo alguno; tan solo un leve repecho que dolió más mentalmente que físicamente, que también.

Una subida que nos sacaba de la vega del arroyo hacia la carretera principal por donde, ahora sí, establecimos contacto ocular, allí en lo más profundo del valle, con Nogueras de Albarracín.
Porcentaje "a gusto del consumidor" descendiendo a Nogueras
Allí nos esperaba Manolo, el chófer, con prisas para llevarnos hasta Albarracín donde tuvimos una inesperada recepción completamente compensada con las cervezas, la cena y el paseo de vuelta al hotel.

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