viernes, 28 de agosto de 2015

ETAPA 4: ELVAS-MOURAO

Comenzaba la cuarta y última etapa con un suave descenso que nos permitía despejar nuestros cansados cuerpos durante los primeros kilómetros de rodaje. Se notaba, se sentía, que la temperatura ya no era tan fresca a estas primeras horas de la mañana como lo habían sido en los días anteriores.



Un perfil mucho más suave, con el menor desnivel acumulado de las cuatro jornadas nos hacía presagiar una jornada benévola. Nada más lejos de la realidad.
Ondulados y segados campos de cultivo
Por ondulados campos de cultivo, ya cosechados, nos fuimos aproximando a la vega del Guadiana. Sería este el cauce a seguir durante toda la jornada. Río con la misma finalidad fronteriza que días atrás había tenido el caudaloso Tajo.

Tras el salto de una valla y el vadeo de un arroyo, el campo comenzó a cambiar su aspecto. Ahora eran los regadíos los que comenzaban a ganar la batalla. Se notaba que nos acercábamos a la vega del Guadiana. Más si cabe cuando estos cultivos de regadíos dieron repentinamente paso a extensas dehesas pobladas de ganado.
Ganado manso pastando a orillas del Guadiana
Habíamos llegado a la misma vega. De nuevo al otro lado de la orilla, terreno español. Un bonito sector nos esperaba por delante alternando abiertos pastizales, ahora secos, con bonitos senderos a la sombra de las encinas. Siempre acompañados de este caudaloso cauce a nuestra izquierda.
Pasitzales secos a orillas del Guadiana.
Un nuevo salto de valla, seguido de dos pasos de regueros secos nos iban aproximando a uno de los puntos más interesantes de la ruta, históricamente hablando. El derruido puente de Ajuda.

Este paso unía las localidades de Elvas y Olivenza. Fue construido por los portugueses para mantener sus tierras de Olivenza con el resto del territorio luso.

El breve conflicto de la Guerra de las Nararanjas, que enfrentó a España y Francia contra Portugal; y el posterior tratado de Badajoz, obligaría a redefinir territorios entre hispanos y lusos por estas tierras en las que transitábamos.
Derruido Puente Ajuda.
Tras cruzar el nuevo puente entre Olivenza y Elvas, las aguas del río parecen estar represadas. Y así es, transitábamos por la cola del pantano de Alqueva, el más extenso del Europa Occidental.

El trayecto nos separaba momentáneamente del cauce para adentrarnos en terreno de ganado. Una nueva valla imposible de sortear nos obliga a desviarnos en busca de la carretera que nos llevaría a Juromenha.

De camino a la salida nos cruzamos con una extensa manada de reses que nos miraban con parsimonia pero amagando estampida.
Rodando junto a la manada.
De nuevo una valla, ahora para salir a la carretera, que nos dirigiría a la bonita fortificación de Juromenha.

Desde la misma orilla del río se eleva hacia la población un camino que nos reta a subir montados sobre la bici a pesar de su pendiente. Reto que fue aceptado por la mayoría de los componentes.
Ascenso a la fortaleza de Juromenha.
Una vez arriba y recuperadas las pulsaciones, nos dirigimos directos a la entrada de esta bonita pero abandonada fortificación.

No son castillos como tal. Dentro de ellas encotraremos diferentes edificios como iglesias, casas, almacenes, torres fortificadas. Todas ellas con bellas vistas sobreelevadas al río Guadiana controlando las extensas tierras españolas al otro lado del río.
Edificaciones dentro de la fortificación

Vistas hacia la cola del pantano de Alqueva

Terreno español en la orilla opuesta

Interior de la fortificación de Juromenha



























































Tras un paseo por este interesante punto, volvimos a nuestras bicis para buscar un lugar donde refrescarnos. El Sol no daba tregua y comenzaba a resultar molesto. No encontramos bar alguno, pero sí una fuente donde rellenar nuestro bidones a la vez que descansábamos a la sombra de los muros de la iglesia.

Utilizamos la carretera N373, la misma que nos había acercado a esta población, para ahora alejarnos de ella.

Nos esperaba una de las dehesas más extensas que jamás haya cruzado, al menos a mi percepción. 20 kilómetros de repetidas ondulaciones bajo un Sol abrasador, que ya no daba tregua alguna.

Un gigantesco eslalom entre encinas, que en un primer momento aparentaba ser interesante. Pero que en sus últimos kilómetros resultó excesivo.

Surcando las dehesas portuguesas.
Excesivo para el cansancio acumulado de nuestras piernas que comenzaban a notar los kilómetros acumulados. Los continuos subeybaja unidos a las paradas para cruzar portelas, terminaban de reventar las piernas en este quebrado terreno portugués.

Un pequeño percance. Un gran susto. Un compañero en el suelo al no poder evitar un traicionero agujero en una bajada. Parada. Descanso. Recuperación a la sombra del susto, del calor y de la fatiga de piernas.
Descanso tras el susto.
Continuamos la marcha. Parecíamos inmersos en un laberinto de encinas sin salida. Todo igual. Sin vistas ni referencias en el horizonte, mirases donde mirases. Pero de pronto, entre las líneas curvas y tostadas de la dehesa apareció una fresca y lineal imagen.

Estábamos de nuevo a orillas del inmenso pantano de Alqueva. No solucionaba nuestros problemas, pero sí que los amainaba.
Aguas del pantano de Alqueva.
Era una buena noticia porque nos sacaba del monótono encinar. Pero nos obligaba a salir de su vaguada, con el esfuerzo que ello conllevaba.

Se nos hacía tarde. Una llamada al lugar de comida para confirma la asistencia, tardía, pero confirmada.

En Rosario, y tras cruzar definitivamente estos largos kilómetros por esta extensa y densa dehesa, paramos en la primera casa particular que nos encotramos para rellenar bidones y confirmar el camino hasta Montesjuntos por carretera. Localidad donde realizaríamos la comida.

Diez kilómetros de cómodo y liviano asfalto que nos dejarían en las puertas de un escondido bar donde los dueños nos recibirían a la par con orgullo y extrañeza.

Una mujer mayor, cocinera, salió de su lugar de trabajo para preguntar por qué y cómo habíamos parado en este local y no en otro... Valentín le informó de las ventajas de internet y tener una página de Facebook.
El bar elegido en Montesjuntos
Dimos buena cuenta de su arroz con pollo y frescas ensaladas regadas por unas Sagres que supieron a gloria.

El problema estaba a la hora de retomar la marcha. La bofetada de calor que nos daba la calle al salir era para pensarse seriamente el continuar con la ruta o abandonar en este momento. Pero... ya que habíamos llegado hasta aquí...
Monsaraz, última atalaya por visitar.
Dos compañero eligieron la segunda opción. Los demás, tan dubitativos como cabezones, emprendimos la marcha. La negociación estaba clara. Subiríamos a la bonita y turística ciudad de Monsaraz, que se presentaba como una auténtica chincheta en la altimetria del recorrido, pero el trayecto sería 100% por carreteras hasta el final en Mourao.
Vistas del Alqueva y al fondo Mourao, final del viaje.
A 20km nos esperaba Monsaraz. 20km que nada tuvireon que ver, en absoluto, con los de la dehesa de la mañana. En el horizonte se presentaba, desafiante y con bella estampa. La última de las fortificaciones del viaje.

Tres kilómetros de ascenso nos permitían llegar a este bello punto estratégico. Calles adoquinadas, casas encaladas y al fondo la torre vigía que protegía a la población.
Monsagaz desde su castillo.
Fotos y más fotos. Había merecido la pena la testarudez que se había impuesto ante el sentido común tras la comida. Un bello rincón, digno de visitar.

El calor comenzaba a remitir, ello no evitó el tomar algunos refrescos antes de afrontar los últimos 16 km hasta Mourao.

Un rápido descenso daba paso a una agrupación en pelotón que no hacía otra cosa que devorar kilómetros mientras disfrutaba del paso sobre el inmenso pantano del Alqueva. Rodábamos hacia a la orilla opuesta del Guadiana, que aquí no tiene valor fronterizo.

Mourao nos esperaba, también con una fortificación, pero de menor porte que las visitadas en la jornada de hoy. No obstanate, ¿por qué no íbamos a subir hasta lo alto de ella antes de concluir el viaje? Dicho y hecho.
Entrada a la fortificación de Mourao
Solo quedaba descender hasta la gasolinera donde nos esperaba Josete con el bus para traernos de vuelta a casa. Unos bidones fueron suficientes para aclararnos y quitarnos la suciedad un poco por encima. Cambiarnos de ropa y comprar algo de bebida y comida en la gasolinera.

Aun nos quedaban más de cuatro horas para llegar a casa, repasando, recordando, comentando cada una de las anécdotas vividas en estos intensos cuatro días llenos de historia, naturaleza, amistad, y deporte.
El grupo en Monsagaz.
Gracias a todos...

Jose Eugenio, Miguel, David, Faustino, Jesús, "Perita", Javi, Pablo, Eusebio, Adolfo, Alejandro, Juanjo, Santiago, César, Santos, Josete... Y sobre todo a Valentín por las horas y horas dedicadas de manera desinteresada para que todos disfrutemos de cuatro excepcionales días como han sido estas cuatro jornadas.

¡¡¡GRACIAS, nos vemos por los caminos!!!

¡¡¡Y en los bares!!!


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