jueves, 2 de enero de 2014

Sierra del Valle: Puerto de Navaluenga

Trasteando una aburrida tarde por el Google Earth y Wikiloc, observé hace unos meses una especie de serpiente que zigzagueaba descaradamente por la ladera norte de la Sierra del Valle, en la zona de Gredos oriental; muy cerca de la Reserva Natural de Iruelas, próximo al pantano de El Burguillo y presidido por la serrana localidad de Navaluenga.
Puerto de Navaluenga, vista de la cuerda de Gredos hacia el oeste.
Focalicé mi interés en esas "zetas" que tanto habían llamado mi atención. Comencé a buscar información de rutas por la zona y no hallé muchos datos al respecto. Al menos, no tantos como los que estaba acostumbrado a encontrar en este tipo de investigaciones.

Tras desmenuzar la poca información obtenida por la web, conseguí descifrar que dicho puerto se adentraba en la zona protegida de la Reserva Natural de Iruelas, que en su parte final era prácticamente inciclable y que, además, no tenía caída hacia la otra vertiente de la sierra.

Es por ello que varias conclusiones circundaron mi cabeza; podría ser poco conocido, excesivamente complicado, tener pasos restringidos o, simplemente, ser poco motivante para el resto de los bikers.
Pico Zapatero, en la Paramera; vista desde el Cerro Bujera.
Sea como fuere, el simple ascenso me resultaba algo soso para desplazarnos hasta allí con ese único objetivo. Por tanto, me dispuse a aderezar esta ruta buscando otras por la zona con las que pudiese combinarla y conseguir así un trayecto más interesante.

El resultado final fue la unión de parte de un tramo del Trofeo de Navaluenga, perteneciente al circuito de BTT de Ávila, que se uniría al propio ascenso a dicho puerto. De este primero, coincidiría con el trazado circular del nuestra ruta, es decir, el inicio y final. Del segundo, formaría la parte central, creando un apéndice lineal de ascenso y descenso hasta el punto más alto.



Así pues, la mañana del 30 de diciembre nos dispusimos a salir hacia la aventura un emeritense afincado en la vecina localidad de La Puebla de Montalbán y el que escribe, con el objetivo principal de disfrutar de una apacible jornada de BTT. No sabía como afrontaría Mario una "MoreLobada", pero cumplió con creces las expectativas, como antaño lo hicieran Javi o Tomás.
Mario, coronando el collado de Cerro de la Bujera.
La fecha de realización condicionaría el estado de los caminos. La "ciclogénesis explosiva" de pocos días atrás, había ensuciado en demasía los senderos de la zona baja del valle. Debimos sortear numerosos árboles cruzados en los caminos, dando una pizca de aventura a este trazado. Caminos que, en condiciones normales, son utilizados por senderistas; muy bien cuidados por las administraciones competentes para el desarrollo turístico de la localidad. Por otro lado, la época invernal iba a condicionar el estado de los caminos en las cotas más altas, ofreciéndonos placas de hielo y nieve en sus metros finales.
Placas de hielo en los metros finales.
La ruta la comenzamos desde la propia travesía de la AV-902, que cruza Navaluenga de este a oeste. Dejamos el coche junto al bar "Diana" y al supermercado "Día", pensando en la finalización de la ruta, ya que debido a las esperadas bajas temperaturas matinales, comenzamos a rodar tarde sobre las 11:30 de la mañana.

Callejeando llegamos hasta el puente romano que da paso sobre el río Alberche y tras su vadeo continuamos de frente hacia la zona de El Venero en busca del paso por el Cerro de la Bujera.

A penas hay tiempo para calentar los músculos, pues unas duras rampas de hormigón nos obligan a meter todo el desarrollo si queremos avanzar sin romper nuestras piernas. En tan solo dos kilómetros ascendemos casi 200 m de desnivel, permitiéndonos divisar Navaluenga desde cierta altura, con su peculiar pico Zapatero, en la sierra de La Paramera.
Navaluenga y la Paramera al fondo.
El hormigón desaparece y deja paso a un camino que alterna lanchas de granito, con pisos firmes y, a veces, roto mientras zigzaguea abriéndose paso por la loma. Si llevamos GPS debemos estar atentos a él estos primeros kms para no desviarnos en alguna de estas curvas que nos puede confundir y hacer seguir recto cuando debemos girar.

El esfuerzo, bien merece una recompensa, a modo de descenso de desnivel cuando llegamos al collado del Cerro de la Bujera. Debemos aprovechar a recuperar el aliento porque, rápido, la pendiente vuelve a ascender hasta llegar a la zona de La Chorrera, un pequeño bosque de pinos que da por concluida este primer ascenso de la mañana.

Ante nosotros, se nos muestra un valle fértil, plagado de huertos, con la presidencia de la Finca El Barranco a nuestros pies. Más al fondo, podemos divisar tímidamente la cola del embalse de El Burguillo.
Vistas desde el primer collado de la jornada.
Toca ahora descender. En la planificación de la ruta días atrás, no conseguí ver ningún camino marcado desde este punto hasta el camino que discurre paralelo al arroyo de Lanchamala.

En a penas un kilómetro de descenso muy técnico, guiado por senderos de cabras que se ramifican en múltiples ocasiones cada decena de metros. El camino es intuitivo y todos llegan al mismo lugar, pero dependiendo del reguero que tomes se podrá complicar su nivel técnico. Una vez sobre el terreno, no hay pérdida, pero si debo aconsejar alguna opción, diría que la más sencilla es la que va tomando todos los desvíos hacia la izquierda de nuestro sentido. Además, ciertas balizas, a modo de cintas rojiblancas nos ayudarán a tomar la referencia correcta. Imagino, utilizadas por el Trofeo BTT de Navaluenga al que me refería al inicio de la crónica, y que nos acompañará durante los primeros y últimos kms de nuestra ruta, confirmándonos el recorrido.
Tramo técnico, marcado con balizas.
Una vez en el camino que acompaña a las aguas del arroyo Lanchamala, lo tomamos en ascenso, dejando el cauce a la izquierda de nuestra marcha. Escondido aún entre la vegetación de ribera, el ruido que emite, nos hace pensar que va cargado de agua.

Medio kilómetro más arriba, cuando debemos vadearlo, confirmamos lo que estábamos descifrando. El arroyo desciende con gran caudal lo que nos impide cruzarlo montado sobre nuestras bicis y decidimos vadearlo utilizando una piedras linealmente colocadas para su paso.
Vadeando el arroyo Lanchamala
Seguidamente, tras este paso, nos desviamos del camino principal para tomar otro que acompaña este mismo cauce pero por su orilla opuesta. Un escondido camino sale a la derecha de una caseta para iniciar el definitivo descenso de esta primera parte de la ruta.

El camino, tapado por completo de hojas del robledal, se nos antoja algo peligroso debido a la humedad. A la izquierda ahora oíamos el arroyo y entre medias una finca que nos impedía acercarnos a su orilla.

Es aquí donde nos encontramos con el primero de los problemas producidos por los vientos de la ciclogénesis explosiva de la semana anterior. La copa de un árbol en medio del estrecho camino. A la izquierda la valla de la finca, a la derecha la densa vegetación. Solo quedaba partir las ramas de la copa haciendo un túnel por donde poder continuar.
Vista hacia atrás del punto del árbol caído, finca y vegetación a los lados.
El descenso es ahora continuo hasta toparnos con la pista principal. Se hace rápido pero con precaución. Las hojas formaban un manto tupido sobre el suelo que podían tapar cualquier oquedad o resalto peligroso. Los robles pelados eran usados en algún momento a modo de balizas para confirmar nuestro recorrido. Esta zona, conocida con el topónimo del Enebral, nos permite disfrutar de unos paisajes invernales que nos hace disfrutar de la bici.

El trazado poco a poco se ensancha y algún tronco cruzado pone a prueba nuestra habilidad sin la necesidad de bajarnos de nuestras monturas. Antes de desembocar en la pista principal, debemos tomar un camino que sale a la derecha con la misma tónica que el anterior.
Camino tapado por las hojas de roble
Aquí nos encontramos con dos hombres, pala y motosierra en mano, junto a una "pick up" cruzada en medio de nuestro camino. Nos saludamos y nos comentan que están limpiando los caminos debido al temporal que había arrasado la zona. Esta población vive mucho del turismo rural, sus sendas PR están muy bien marcadas y cuidadas. -"Lo hacemos para que la gente pueda pasear por nuestros bosques"- se sinceran con nosotros. Tras unas breves, pero intensas, palabras de agradecimiento por nuestra parte, nos despedimos de ellos.

Tras estos 6 lentos e intensos kms de ruta desembocamos en la pista que parte de Navaluenga hacia su ermita de la Virgen del Espino. Si queremos evitar este bonito tramo, y hacer únicamente el ascenso al puerto, es aquí donde confluirán los caminos.
Ermita Virgen del Espino
Un poco más adelante, termina el descenso, coincidiendo con el puente sobre el arroyo Muñogrande. Se nos presentan ahora 4 monótonos kms de ascenso por una ancha y adecentada pista que asciende hasta dicha ermita.

Una señal en la pista, nos indica el desvío hacía el santuario. Aprovechamos este corto tramo para detenernos y rellenar nuestros bidondes de agua en una de sus fuentes.

La ermita, situada en un pequeño y resguardado prado, nos invita a detenemos para tomar algo sólido y descansar de nuestra marcha. Algunos coches están aparcados en las proximidades, lo que nos confirma que el acceso en un turismo hasta esta ubicación es posible.
Fuente próxima a la ermita
Tomamos de nuevo nuestras bicicletas, regresamos a la pista forestal y continuamos hacia nuestro objetivo principal. Pero antes de que el trayecto se vuelva a endurecer, el camino nos regala dos kilómetros muy suaves hasta el barranco Cambronal, incluso con una rápida bajada.

De camino a este barranco debemos sortear una portela que prohíbe el paso rodado a motor, informándonos de que nos adentramos en la Reserva Natural del Valle de Iruelas.

Una vez situados en el vadeo del arroyo, abandonamos el trazado del Trofeo de Navaluenga, que se desvía a la izquierda, sin necesidad de vadear el cauce, comenzando un técnico descenso paralelo al arroyo, quedando este a la derecha de la marcha.
Arroyo Cambronal
Pero nosotros cruzaremos el agua y daremos el banderazo de salida definitivo hasta el objetivo principal de la jornada de hoy.

Por delante 8 kilómetros, 700m de desnivel positivo y 35 curvas de herradura hasta lo más alto de la ruta. Un cuidado y denso pinar se postraba ante nosotros, solo abierto al valle por un cortafuegos que irá apareciendo y desapareciendo entre algunas de esta treintena de curvas.

No es la parte más dura de la ruta, físicamente hablando; eso lo dejamos para los primeros kilómetros de hormigón cuando salimos de Navaluenga; pero sí es la parte más dura, psicológicamente hablando.
Una de las curvas de herradura del ascenso
Nos sumidos en curvas y rectas con porcentajes mantenidos sobre el 9% de desnivel, con un piso más o menos estable que tan solo requería el máximo de nuestra atención cada vez que nos cruzábamos con algún reguero congelado.
Regueros congelados
La llegada del primer claro que nos abría el cortafuegos, fue recibida con júbilo y aprovechada para descansar nuestras piernas mientras tomábamos un segundo alimento sólido.
Aberturas en el pinar debido al cortafuegos
Por momentos mirábamos hacia abajo y nos llamaba la atención el efecto ascensor de las curvas. Con  pocos metros recorridos, conseguías una altura considerable.
"Zetas" desde la altura.
Curioso me resultó una sensación que nunca había tenido sobre la bicicleta. Sin observar hielo ninguno sobre el camino, al rodar sobre él, la tierra crujía, hundiéndose y dejando una huella sobre este. La sensación era como de romper finas capas de hielo que no conseguía ver por ningún lado, como si estuviesen bajo la arena del camino.

En un momento dado, en uno de los taludes que abrían paso al camino, observé unas formas de hielo a modo de agujas que se elevaban del suelo dejando la arena sobre esos capilares helados. Supuse que era un fenómeno poco común y lo fotografié con la intención de enviarlo a "El Tiempo de TVE". Cual fue mi sorpresa cuando por la noche cenando en casa hicieron mención especial a este fenómeno llamado pipkrake, con fotos tomadas por los telespectadores en la zona de Gredos.
Fenómeno Pipkrake debido a las bajas temperaturas y la humedad del suelo.
Poco a poco fuimos ganando altura y disminuyendo los kilómetros hasta lo más alto. Por momentos, salíamos al cortafuegos donde tomábamos contacto con el Sol, que nos daba un aporte de motivación y energía extra.

Llegando a la parte final, un pequeño claro en el pinar dio paso a una zona de barrancos de agua crecidos que suavizaría la pendiente como si nos preparase para el ascenso definitivo.
Arroyos en la zona de descanso previa al tramo final
Un nuevo tramo de bosque, llaneando, nos sacó a la intemperie, únicamente poblado de bajos piornos que nada podían proteger el camino. El Sol se alzaba presente, pero no era suficiente para derretir las placas de hielo que poco a poco iban conquistando por completo el camino.

Los regueros de agua, dieron paso a tímidos tramos congelados y estos a auténticas placas irrompibles de hielo que impedían el rodaje.

La verdad sea dicha, este sector coincide con una zona pedregosa imposible de ciclar. Rocas sueltas sobre una gruesa capa de hielo que forman una pendiente de más del 20%. Por tanto, de una forma u otra, sea la estación que sea, deberemos bajarnos de la bicicleta para pasar estos 200m antes de llegar a la penúltima curva del ascenso.
Caminos helados
Una vez en esta curva tomamos un merecido descanso junto al cartel de una fuente que nos desvía varios metros de la ruta y que nos da la posibilidad de hidratarnos. No lo utilizamos. Pero es aquí donde aparecen los primeros neveros. Nieve dura donde apenas podíamos grabar nuestra huella.
Primeros neveros, al fondo placas de hielo en el camino
Las vistas del collado, nuestro objetivo, se levantaba una decena de metros sobre nuestras cabezas. Las vistas al sur, hacia todo el valle del Alberche y la sierra de La Paramera, nos hicieron retomar el aliento necesario para afrontar la última parte del ascenso.

Quedaban 800m de camino, 60m de ascenso y solo una curva...

Retomamos nuestras monturas. Las placas de hielo comenzaban a desaparecer... a favor de cúmulos de nieve. El giro sobre la última curva nos presentó un tramo imposible de ciclar en ascenso, pero tal vez sí en descenso. La nieve dura había conquistado el camino, creando una preciosa, pero muy poco práctica estampa.
Camino nevado
Daba igual, el contacto visual con el puerto nos hacía evadirnos de todo tipo de dificultades. Ya que habíamos llegado hasta aquí, no íbamos a darnos la vuelta ni locos.

Mereció la pena. Las bicis tiradas en el suelo. Miradas de 360º. Valle del Tiétar, Sierra de San Vicente, cuerda de Gredos, valle del Alberche, sierra de La Paramera... Temperatura ideal, eran las 15:30. Nos avanzamos hacia el sur entre piornos en busca de un promontorio granítico para disfrutar de unas vistas indescriptibles. Hay que subir, no se puede ver en foto, ni leer adjetivos... Hay que subir.
Sierra de San Vicente, desde el Pto de Navaluenga.
Chubasquero abrochado y braga sobre el mentón. Tocaba ahora descender. La primera parte por la nieve dura fuimos capaces de hacerlo montados sobre las bicicletas extremando la precaución; pero en el sector de las placas de hielo, evidente debimos bajarnos de ella por puro sentido común.

Una vez abandonado la intemperie de las cotas más altas, nos adentramos de nuevo en el pinar para deshacer con velocidad todas las "zetas" que unas horas antes habíamos ido acumulando pacientemente una tras otra.

Resultaba curioso como la noción del tiempo y la percepción podían cambiar de tal manera. Íbamos intentando recordar dónde habíamos parado o dónde habíamos hecho ciertas fotos o comentarios de precaución con los regueros helados o algunos troncos cruzados. Todos los giros nos parecían iguales.

Pronto llegamos al vadeo del arroyo del Cambronal, punto donde de nuevo retomaremos el divertido y habilidoso trazado del Trofeo de Navaluenga.

Seguiremos la pista de frente si queremos llegar sin dificultades técnicas hasta Navaluenga.
Vadeando el arroyo del Cambronal.
Tras cruzar el arroyo, debemos desviarnos repentinamente a la derecha de nuestro sentido. Dos piedras situadas a modo de entrada nos obligarán a plantar pie a tierra. Tras ello, seguiremos descendiendo paralelos al cauce del arroyo por un trazado eminentemente técnico, pero lo suficientemente factible como para no tener que bajarse de la bicicleta en ningún momento.
Tramo técnico paralelo al arroyo Cambronal.
El sendero, que sigue las indicaciones de un PR desde que tomamos el desvío, se va ensanchando mientras nos dirige directos a las Casas de la Lobera. Poco a poco se va transformando en un camino adecentado que nos facilita la conducción y nos permite relajar nuestra atención sobre el piso. Es por ello que podemos levantar la mirada para disfrutar del paisaje que nos ofrece el valle, ya en sus cotas más bajas.
Por los pasos del PRC-AV 10
La atención la deberemos poner ahora en nuestro GPS para no saltarnos dos desvíos casi consecutivos.

Tras cruzar las Casas de la Lobera, pasamos un puente sobre el arroyo del Espino. Nos aproximamos a un conjuntos de humildes casetones donde debemos desviarnos del camino principal. A la derecha de estas paupérrimas construcciones encontraremos un escondido sendero que serpenteará descendiendo cotas por un estrecho trazado.

Por estas alturas los pinos ya han desaparecido del paisaje dando paso de nuevo al robledal. Las hojas caducas de estos árboles vuelven a tapizar el piso sobre el que rodamos, como ocurriese en el inicio de ruta, hace ya unas cuantas horas atrás.
Los robles vuelven al paisaje.
Fijando la mirada en el camino, observamos como el marrón de las hojas dejan paso a un verde húmedo que nos lleva a la espalda de un nuevo caserío. Aquí debemos mostrar especial atención a nuestra orientación. Es el segundo punto crítico de desvío. La tendencia es a continuar de frente, pero dentro de un pequeño prado, debemos buscar un nuevo sendero que sale hacia el este, casi a nuestra espalda.

Si no nos hemos confundido, las balizas rojiblancas atadas en las ramas de los árboles, nos servirán de ayuda para nuestra orientación y nos confirmarán el camino correcto.

Un árbol cruzado en el camino nos recuerda el temporal de la semana anterior, obligándonos a salir del trazado una decena de metros para volver a ella y terminar el descenso paralelo ya a un arroyo del Cambronal mucho más tranquilo y sosegado del que nos habíamos encontrado unos kilómetros atrás.
Rodando junto al ya sosegado arroyo de Cambronal
El bonito camino desemboca en la adecentada pista que nos dirigirá sin duda alguna ya hasta Navaluenga. Por esta también cruzaremos los arroyos de Muñogrande y Lanchamala, ya en sus últimos metros antes de desembocar en el río Alberche, el cual seguiremos aguas arriba hasta llegar al núcleo urbano.

A la derecha, espectaculares caserones residenciales a orillas del Alberche; a la izquierda, en lo alto, buscábamos con la mirada por dónde habíamos transcurrido en la jornada de hoy.

Inmersos en estos menesteres, aún quedaba ascender el cerro de la Muela, imperceptible ascenso que debido a la acumulación de desnivel pareció resultarnos un auténtico muro. Tras él, asfalto y descenso hasta Navalunga.

Volvimos a cruzar el puente romano para callejear y ascender hasta la travesía de la localidad donde habíamos dejado el coche hacía ya casi 5 horas. Nos cambiamos, guardamos las bicis y fuimos directos al bar Gema (en frente del supermercado Día) a reponer las energías gastadas.
Bocadillo de chapata; lomo, tomate y queso... mmm

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