miércoles, 11 de julio de 2018

XXXVI Marmotte Alpes

Era el objetivo final al tríptico de las cicloturistas europeas. La Quebrantahuesos representaba La Vuelta, y ya tenía tres participaciones (2013, 2014 y 2018); marcha con más solera de la cordillera pirenaca. La Maratona representaba El Giro, con una participación en el 2015, es la marcha con más carácter que rueda por los Dolomitas, la más bella región de los alpes italianos. Solo quedaba esta, La Marmotte, la marcha de las marchas europeas, la más tradicional de todas ellas, la representante del Tour a nivel cicloturista. Y aquí las tengo. Aquí están las tres, juntas. Ya no se escapan, aunque no fue fácil. Os cuento.

Desde octubre, todo estaba planificado, todo estaba atado. Todo gracias a las gestiones con CicloRed que nos reservaría los apartamentos, nos facilitaría la inscripción sin sorteos y nos trasladaría las bicis desde Madrid, amén del transfer entre Lyon y Bourg d´Oisans. No teníamos marcha atrás. Nueve meses por delante en busca de un único objetivo.

Durante este tiempo hubo meses de descanso y preparación, con una recta final en busca del pico de forma que aunaba Bedelalsa, Lagos y Quebranta; o lo que es lo mismo Covatilla, Covadonga y Portalet; amén de infinitas visitas a Gredos, Sierra de Madrid, Piélago y Montes de Toledo.

Todo estaba en orden para que el 8 de julio nada saliese mal. A excepción de una inesperada gastrointeritis que me tuvo contra las cuerdas una semana antes de la cita.

Viernes, 6 de julio.

Pero llegó el día, el viernes cogíamos el avión a Lyon (cuyo vuelo estaba reservado desde noviembre). Las bicis, con una pequeña mochila y los atos ciclistas, las habíamos dejado el miércoles previo para que nos lo trasladasen los chicos de Ciclored.

Y así nos vimos Samu, Mario, Ángel y el que escribe en la T4 del aeropuerto Madrid-Barajas con unas ilusiones infinitas. Nervios y mucha motivación volaban con nosotros en busca de nuestro cuartel general en Bourg d´Oisans. Allí, en Lyon, los chicos de CicloRed nos esperaban para trasladarnos a los apartamentos de Le Grand Renaud donde llegamos a medio día.

Saludos con viejos conocidos y presentaciones de nuevas amistados. Tiempo para acomodarnos en los humildes apartamentos, comer y hacer la compra de cara al fin de semana.

El sol se estaba desperezando a medida que avanzaba el día y eso animó a enfundarnos los ropajes ciclistas y dar una vuelta para ascender al desconocido y completo Col de Solude.


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Un imprevisto en el freno de Samu nos obligó a retrasar la salida. No importaba, el ambiente que se vivía en este pueblo nos recordaba mucho a Luz St Suveur. La tienda de bicis no daba a basto para atender a tal volumen de ciclistas. Pero el problema se resuelvió a la vez que Francia comenzba a fraguar su pase a semifinales del mundial.

Iniciamos la ruta que sale directamente desde la localidad. Una carretera que corta literalmente la falda de este valle glaciar en U, y que se hace hueco entre túneles (no iluminados) y cortes impresionantes en la roca.

El valle va quedando abajo, en frente, al otro lado del valle, se yergue otra pared blanca donde se puede observar un cortado horizontal que ralla la roca. Se trata de la carretera de los balcones de Oisans (tal vez posible trayecto para el día siguiente).

Embobados en esta impresionante carretera, no nos damos cuenta de que el porcentaje no baja de los dos dígitos. Las ganas y la frescura de las patas nos evitan el sufrimiento.

El puerto llega a un punto en el que comienza a zigzaguear adentrándose en un denso bosque que nos impide disfrutar de las vistas que traíamos en los primeros kms. Pero pronto nos recompensa con un giro brusco donde se nos presenta una imponente cascada que sale directa de un glaciar al cauce en lo profundo del valle. Excusa perfecta para hacer un descanso que la carretera no nos permitía.

Tras disfrutar de este místico momento, continuamos hasta la localidad de Villar Notre Dame, donde un niño nos confirma la victoria de La France contra Uruguay. Aquí acaba el ascenso oficial, pero como estamos hipermotivados continuamos subiendo a pesar de la pérdida de calidad del asfalto.

Dos kilómetros más allá del pueblo, cuando el GPS marcaba 12 de ascenso, el puerto llega a un prado que nos regala unas vistas únicas del valle de Oisans. A su vez, la pista se transforma en tierra durante los últimos tres km.

Los dos primeros en liviano descenso y un último, en ascenso. Completamente practicable para la bici de carretera siempre y cuando las cubiertas sean nuevas o de calidad.

Iremos alternando nuestra mirada al suelo para evitar las pocas piedras conflictivas, con la imagen del Alpe d´Huez que se levanta en la vertiente opuesta del valle. Impresionante.

Hollamos la cima a 1637 m de altura. Unos bancos estrategicamente situados nos invitan a descansar de cara a disfrutar las vistas que desde allí podemos divisar.

Tocaba descender, dejando Villard Reymond de lado, disfrutando de un nuevo valle que nada tiene que envidiar a su vecino de Oisans. Una carretera agrietada en su inicio y con curvas muy traicioneras en su segunda mitad, nos obligan a bajar con ligera precaución. Nadie quería perderse la cita principal del domingo.

Llegamos a la carretera del valle que nos invita a visitar el Col de Ornon. Pero lo obviamos para volver al punto de salida, no sin antes ascender un leve repecho, tras el cual solo quedaría dejarse llevar hasta las puertas de nuestro cuartel general.

Tras la ducha, volvíamos al pueblo a cenar, dar un paseo y descansar de este largo pero interesante día de bienvenida.

Sábado, 7 de julio.

Amanecía el segundo día con un sol brillante. El desayuno en la terraza nos llenaría de fuerzas necesarias, tal vez demasiadas, para rodar por la mañana y así aprovechar al máximo los días previos por estas bellas tierras.

La decisión final fue la de realizar la ruta por la carretera de los balcones de Oisans para después hacer el ascenso al Col de Sarenne y llegar al Alpe d´Huez por su vertiente trasera de cara a la recogida de dorsales.


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La ruta comenzaba realizando la parte inicial y más dura del ascenso al Alpe d´Huez. Sus primeras 5 curvas hasta La Garge d´Oisans. Allí nos desviaríamos del afamado ascenso para tomar un carreterín que asciende duro hasta la población de Armentier. Desde allí, la carretera se asoma de nuevo al imponente valle de Oisans. Al fondo, al otro lado del valle, se divisaba la carretera que habíamos tomado el día anterior para ascender al Col de Solude.

Todo era un espectáculo para la vista que nos hacía olvidar el ligero ascenso al que nos sometía ahora la carretera. Encaramada esta a las verticales laderas de este bonito valle.

Justo cuando nos despedimos del valle, la carretera comienza un descenso, ligero en su inicio y fuerte en su parte final, en busca de la carretera principal en lo más profundo del valle, ahora estrecho y denominado Garganta del Infierno.

En Le Freney, tomamos la carretera principal para ascender hasta el Embalse de Chambón, donde nos desviamos de nuevo hacia Mizoen, en unas duras rampas iniciales que doblan los dígitos en el porcentaje del GPS.

Tras la localidad, un ligero descenso nos sitúa en el ascenso definitivo al Col de Sarenne con 10 km por delante que nos sacará desde lo más profundo del valle hasta la parte trasera del Alpe d´Huez.

Un ascenso constante, con una parte media de ligero descanso, pero tras el cual, se mantendrá firme en sus 7 kms finales, siendo los últimos los más duros que tensa nuestras piernas para conseguir llegar al collado de la Sarenne.

Solo podíamos disfrutar de las vistas y guardar el mayor número de fuerzas, siempre pensando en el día principal.

Se nos fue un poco de las manos, las piernas notaron esa tensión en sus kms finales. Solo esperábamos que no nos pasara factura de cara al día decisivo. Pero es que, ya que estábamos allí, ¿Cómo nos íbamos a quedar en el apartamento?

La cima la conseguimos a 1999 metros. El asfalto castigado por las quitanieves y las inclemencias del invierno, no nos permite un descenso cómodo. Al que además se le une un par de repechos de esos que duelen antes de llegar a la estación de esquí de Alpe d´Huez.

Los prados que por allí se hayan, resultan demoledores. Fresco, paz, tranquilidad. Todo queda contrastado en cuanto rebasamos la última cota y ante nuestros ojos aparecen las grúas y la urbanización imponente de Huez.

Allí paramos para recoger los dorsales y dar un breve paseo por la feria ciclista. Unos bidones de recovery para recuperar las piernas. Se nos había ido de las manos con 2.000 m de desnivel el día antes de la Marmotte.

Con la bolsa del corredor a la espalda nos lanzamos Alpe d´Huez abajo para llegar a Bourg d´Oisans, hacer una pequeña compra. Preparar la comida y realizar una merecida siesta.

Una visita a la tienda del pueblo para que Mario se entienda con el mecánico y solventar sus problemas de la bici y vuelta al cuartel general para atender a la reunión de información sobre lo que nos esperaba al día siguiente.

Unas cervezas, una buena cena a cargo de Angelote. Unas risas que no faltaban nunca y a descansar que a las 6:00 tocaba diana.

Domigo, 8 de julio.

Había llegado el día decisivo. Ya había realizado una Marmotte particular, pero no tenía nada que ver con lo que vivíríamos durante las horas siguientes . Nuestro cajón tenía la hora de salida a las 7:50. Media hora antes estábamos situados disfrutando de un ambiente que nos resultaba familiar pero en un entorno que no tenía comparación.

7.500 ciclistas salíamos en varias tandas horarias, nosotros seríamos los últimos. Pero no teníamos prisa, o sí.

Tras dar un rodeo a la localidad de Bourg d´Oisans, pasamos bajo el arco de salida para afrontar los 10 primeros kms llanos hasta la base del Glandón. Samu, arrancó inquieto y cogió la rueda de un gigantesco ciclista que iba pasando grupos y grupos. Yo miraba para detrás a Ángel y Mario que asentían con la cabeza.

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Así llegamos a Allemond, para tensar las piernas con sus primeras rampas que salvaban el desnivel del dique de la presa.

Un pequeño llaneo para bordear este lago artificial sería el último descanso para afrontar los 26 km de ascenso que se nos presentaba por delante.

El bosque se cerraba, la temperatura ya no era tan fresca. Y las rampas se endurecían, con un silencio sepulcral solo roto por los españoles. Cinco kms duros hasta llegar a Le Rivier d´Allemod donde se nos brinda un descanso y un corto descenso algo rápido.

Si somos capaces de levantar la mirada en la bajada, observaremos como al cruzar al otro lado de la vertiente, la cosa se inclina y te frena cual campo magnético. El valle es encajonado y el viento apenas se deja notar.

Tocaba pues otro tramo de ascenso hasta ganar la orilla de una nueva presa, donde de nuevo tendremos un leve descanso seguido de otro descenso que nos dejaría unas impresionantes vistas de un valle que se abre y despliega unos extensos prados dignos de disfrutar.

Al fondo ya se divisaba el refugio donde la carretera se bifurca hacia la cima del Glandon o la opción de la Croix de Fer.

En la cima, un multitudinario avituallamiento sólido y líquido. Todos habíamos subido con respeto, cada uno por sus circunstancias particulares, pero Samu seguía manteniendo ese carácter agitador con el que había iniciado la ruta.

Tocaba ahora descender con mucha precaución (la organización corta el cronometraje) por una carretera tan botosa como bonita. Merecía la pena, tras varias curvas, arriesgarse y girar la cabeza para buscar el paso que acabábamos de ganar.

El resto, con precaución y descanso de cara al falso llano del valle de Maurienne, donde el viento siempre pega de cara.

El objetivo era claro, gastar la menor fuerzas posibles en estos 20km de rodaje al 1-2%. Pero no, ahí estaba Samu, saltando de grupo en grupo, disfrutando como un crío. Y allí estábamos los demás, donde el corazón nos pedía seguirle y la cabeza dejarle. Pero, ¿cómo le íbamos a dejar? Así que Ángel se fue con él; y Mario y yo saltamos del grupo donde nos habíamos quedado a la caza de nuestros compañeros que nos buscaban con la mirada.

En uno de esos grupos me llevé el susto de la mañana, donde me comí un boquete en el asfalto que a la postre definiría el destino de la jornada.

Tras parar en el avituallamiento líquido en la base del Col de Telegraph, iniciamos el ascenso de sus 12 km por una carretera en perfecto estado, con sombras gracias a su denso bosque y con unos porcentajes mantenidos que no bajaban del 8%.

La subida fue dinámica, tal vez porque fuese la menos dura de todas. Levantamos las cartas, y subimos a un ritmo ligero. Samu en plan "martillito" y yo a su rueda como buenamente podía. Por detrás, a muy poca distancia llegaron Ángel y Mario. Buen ascenso que nos situaba en el ecuador de la ruta.

De nuevo, avituallamiento líquido, foto de rigor; no se nos olvide que somos cicloturistas; y a descender cuatro kms en busca de Valloire.

Allí se daba por oficializado la subida más respetuosa de la jornada, el Galibier, que con 18km nos ascendería hasta los casi 2.700 metros de altura.

Una parada en el avituallamiento para recuperar líquidos y echarse algo a la boca que no fuesen barritas o geles. El reloj marcaba el medio día y el estómago se resentía. Un par de pulguitas de queso camembert y unos vasos de coca-cola fueron suficientes.

Tras retomar las bicis, afrontamos lo que sería el reto más duro de la jornada. Pero en ese momento no me imaginaba hasta que punto iba a sufrir.

Al poco de coger la bici, siento que la rueda trasera me bota. Paro y veo un huevo en la cubierta. Tal vez el boquete que me comí en el valle de Maurienne, unido al calor del tiempo en el avituallamiento fueran los causantes. Dudo en quitar presión, pero no lo hago. A los dos km de ascenso, reventón.

Mario intenta parar a todo coche que nos pasaba (el 80% de la marcha estaba abierta al trafico en el mismo sentido de la carrera), pero sus esfuerzos eran en vano. Un motorista de "seguridad" me ingnora por completo. Llamadas a Luis que nos esperaba con la furgo de apoyo en lo alto de Galibier, pero no tenía cobertura.

Decisión, que sigan mis compañeros hacia la cima para avisar de lo sucedido, mientras me vuelvo hacia el pueblo con la rueda en llanta en busca de alguna solución.

Es domingo, y a pesar de que están pasando 7.500 bicis por Valloire, todas las tiendas están cerradas.
Hablo con un gendarme y un componente de la organización que de primeras no me hacen caso, pero mi insistencia les hace buscar alguna solución.

Sacan una cubierta reventada de una de las maleta de un motorista, cortan un parche y me lo ponen bajo mi cubierta reventada a modo de parche, incluso me montan y desmontan la rueda ellos mismos.

Me habían solucionado el problema que estuvo a punto de dejarme sin mi deseada Marmotte.

Asciendo Galibier con rabia, sin superar mis posibilidades, pero tampoco en plan amarrategui. Conocía el ascenso de la visita hacía dos años y sabía de la linealidad de los primeros kms junto al río. No disfruté de las vistas. Pero estaba enrabietado.

Pasando a multitud de ciclistas, cogí aliento en Plan Lanchat de cara a los últimos 8 km, los más duros del ascenso.

Los zigzag iban a cambiar de valle y me iban a permitir divisar por primera vez el paso del Galibier. Obviando el homenaje a Pantani, con los ojos puestos en el horizonte, daba pedales mientras calculaba dónde podrían estar mis compañeros y cómo habrían subido este coloso puerto de montaña.

Este esfuerzo podría costarme un sufirmiento en el último puerto, pero la bajada de casi 50km sería suficiente para descansar de cara a los kms finales.

Los mojones con coronilla amarilla que indicaban la distancia a la cima, pasaban poco a poco hasta llegar a la altura del túnel, el último km de ascenso. Y allí estaba Luis con el puesto de apoyo.

Mis compañeros habían salido hacía un rato, me informó. Sé que estuvieron dudando si esperar o seguir, pero la falta de cobertura y mi intención de no condicionarles su Marmotte, hizo que no volviesemos a tener comunicación más allá de unos whatsaap para indicarles que había solucionado el problema de la rueda.

Luis me esperaba, a sabiendas de mi problema gracias a mis compañeros, pero cuál fue mi sorpresa al informarme que acababa de cambiar las dos ruedas que tenia de repuesto a un compañero que había reventado sus ruedas de carbono. Flipando por la situación, no podía seguir. Sería cavar mi propia tumba si bajaba Galibier con la cubierta como la llevaba, hecha un ocho.

En una mezcla de sensaciones entre defraudado, enfadado y desilusionado por la situación. Propuse quitar la cubierta de la rueda que acababa de cambiar para ponerla en la mía. Ya al terminar hablaría con el dueño para explicarle los motivos.

Así pues, continué el último km, duro, para llegar al avituallamiento y disfrutar de las dos vertientes de la montaña. Todo un espectáculo visual. Rellenar los bidones y lanzarme hacia abajo con tanta precaución como diligencia.

Las vistas obligaban a levantar la mirada, pero no demasiado, puesto que el rugoso asfalto no permitía el más mínimo despiste.

En el Col de Lautaret la carretera mejora y es donde pude soltarme de manos para quitar el chubasquero que protegía del aire en el descenso.

En los casi 50 km de bajada, hubo de todo. Empezando por un incómodo viento de cara y terminando por un pequeño repecho al final. Entre medias, túneles y más túneles; algún que otro pueblo y el embalse de Chambón. Y comer, y beber.

Rodaba a mi ritmo, bajando sin parar de mover las piernar, acompañando el pedaleo. Pasando grupos sin tener en cuenta el pequeño esfuerzo que estaba haciendo sin querer. Pero iba cómodo, no me importaba.

Tras cruzar el barranco del infierno, la carretera llega al fondo del valle de Oisans, 5km de llaneo hasta la base del Alpe d´Huez que pasaron volando. Era un cómodo rodar.

Parada obligatoria en la base del Alpe d´Huez para reponer los bidones y oxigenar las piernas de cara a los últimos 12 km de ruta.

Los primeros kms de ascenso son los más duras hasta La Garde. Luego se relaja, pasando del 10% inicial al 8% de media. Y así curva tras curva, dos avituallamientos líquidos para combatir los 36 grados que marcaba el GPS en la base a las 17:30 de la tarde.

Todo un rosario de ciclistas y "en cada curva una tertulia". El 32 metido desde abajo, y es que los 4000 metros desnivel acumulados que llevas en las piernas condiciona mucho el ascenso.

Poco a poco el calor empieza a desaparecer con la altura y el paso de los minutos. Levantando la vista aparece un muro vegetal con un zigzag dibujado sobre su ladera. Cabeza gacha para no desmotivarse.

Llegaba al pueblo de Huez y las vistas se hacen más largas, las carretera más abierta y solo 4 km para llegar a la cima.

Intercalando el ir de pie y sentado, ya uno no sabía ni como acomodarse. Solo pensando en llegar.
 Dos km y esto estaba hecho, aunque fuese a pata. Momento emotivo, ya lo tenía en mis manos a pesar de unas sensaciones de náuseas provocadas por la cantidad de sales, geles y barritas consumidas.

Estábamos en el Alpe d´Huez. Un corto callejeo y la meta. Conseguido.

Allí en la zona de meta, en una mezcla de emocion y cansancio extremo, oí gritos que me avisaban. Estaban mis compañeros. Angel por delante y luego Samu y Mario con su particular calvario también. 20 minutos de diferencia. Medalla al cuello. Comida de la pasta y para abajo. A disfrutar de Alpe d´Huez sin dar ahora una sola pedalada.

Llegamos a nuestro cuartel general. Felicitaciones. Invitación a cenar y a la cama. El sueño había concluido. Solo quedaba volver en avión y hacer planes para traer al resto de la grupetta para disfrutar todos juntos. GRACIAS CHAVALES.









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