martes, 16 de octubre de 2012

A Gudiña-Ourense


ETAPA 5: AGUDIÑA-OURENSE.
97km, 1440m d+.
Track para GPS

Amanece en el Área de Servicio de Erosa. Las piernas han descansado, pero ya se nota que recuperan con más dificultad. Los kilómetros se acumulan y aunque estamos descansando en muy buenas condiciones, las etapas están siendo muy exigentes.

Desayuno con gran cantidad de cereales y zumo, muchas risas y algunas que otras ojeras. Adolfo nos filtra que su compañero de habitación le ha despertado con un "¡¡¡Atención todo el mundo, soy una cobra muy peligrosa!!!"lo que le ha producido una especie de susto jocoso.

Sacamos las bicis de garaje del hotel y en el parking nos espera Francisqui para abrirnos el bus y realizar los ya habituales retoques matutinos a las bicicletas.
Preparativos antes de partir.
Ya sobre la bici, debemos desandar los 5km sobre la N-525 hasta A Gudiña, en ascenso y paralelos a la A-52, para retomar el camino. Estos primeros klómetros se hacen algo pesados pero es compensado con las sombras chinescas que Jose Eugenio iba realizando sobre el asfalto de su cobra asesina junto con su cántico melodioso.

En A Gudiña, paramos a sellar las credenciales e iniciamos la marcha definitivamente. El camino nos recibe con un nuevo ascenso, asfaltado y algo empinado, que poco a poco va haciéndose más liviano. Sin darnos cuenta, nos hemos colado en la cresta de la Sierra de Conso, una de las miles de lomas rugosas que componen este terreno gallego.

Sierra de Conso
Desde lo más alto, a la izquierda, hacia el sur, a penas a unos 50 km podíamos observar terreno portugués. En cambio, hacia la derecha, obteníamos preciosas panorámicas del Macizo Galaico. Una desorganizada tierra de colinas, valles y arroyos, todos tapizados de verde a pesar de estas fechas eminentemente estivales.
Dejamos a la derecha La Venta de Espino, casi inhabitado, para seguir adelante y observar que vamos enlazándonos con una vía férrea que irrumpe en las lomas que nosotros cresteamos con continuos túneles y sutiles viaductos que apenas rompen las preciosas panorámicas de la zona.

Un desvío a la derecha nos da opción de descender de la loma hacia Carracedo de la Sierra, pero lo obviamos y continuamos hacia la vetusta, olvidada, pintoresca y lineal Venta de Teresa. A ella llegamos después de habernos desviado del camino general, al cual volveremos unos kilómetros más adelante.

Tras cruzar esta pequeña pedanía y y tras un leve giro en el camino hacia el sur, se nos presenta, a modo de recompensa para nuestros ojos, el espectacular y recortado embalse de Encoro das Portas, que remansa las aguas del río Camba.

Una bajada hasta la Venta de Capela, nos hace unir nuestros pasos con la línea de tren Lubián-Orense que venimos acompañando.

La intransitada carretera que segumos, continua cresteando por la sierra. Mantenemos el pantano a nuestra derecha de la marcha y la vía del tren bajo nuestros pies jugando al despiste entre las lomas de la sierra. Con esta preciosa tónica transitamos por otra nueva venta, la de Bolaños. Antes de llegar a ella hemos pasado muy cerca del alto de Rebouzo y, tras cruzarla, el alto de Pastana.

Tras el descenso de este segundo alto, tomamos un desvío a la izquierda para dejar el cómodo asfalto y comenzar a rodar sobre camino por primera vez en lo que llevamos de mañana. Siguiendo el asfalto, el camino se une más adelante, antes de llegar a Campobecerros, nuestra primera parada oficial de la jornada.

El camino que tomamos se empina con algo de piedras sueltas y muchas retamas al rededor. El grupo se rompe hasta llegar a la cima de 1135msnm desde donde podemos divisar Campobecerros al fondo de lo más profundo del valle.

Una entretenida y larga bajada donde a mitad de camino tenemos que observar un desvío a la derecha que algunos de los componentes al lanzarse con más ganas que cabeza, no lo vieron y tuvieron que unirse más adelante al camino original. Perdiéndose así este impresionante tramo con cantidad de pizarras rotas y espectaculares vistas, que apenas podías disfrutar debido a la atención que reclamaba el técnico y divertido sendero de descenso.

En Campobecerros nos reagrupamos, tomamos el refresco o café pertinente; más refrescos que cafés, entre todos volvíamos locos a los encargados de estos menesteres.

Una peculiar y acogedora plazueleta con gallos dándonos la bienvenida y pajares que nos ofrecían una deseada sombra.

La señora del bar nos recomendó que visitásemos el Piliqueiro "Antón", obra de un oriundo de la localidad, y así hicimos antes de despedirnos de Campobecerros.

Salimos de la localidad por un buen asfalto pero sin arcén que bordea la Loma de Marco para llegar hasta Portocamba. Esta loma hace que el camino ascienda y descienda por igual a mitad de camino entre ambas localidades, pero el descanso nos permite tomar este tramo con mucha tranquilidad a pesar de que el sol comenzaba a calentar sin piedad.

Lo más entretenido de este tramo fue observar los trabajo de limpieza del bosque, cortafuegos y el espectacular despliegue de personal y máquinas de alto tonelaje por las laderas de la zona.

El río Camba, represado en el anterior pantano, discurre ahora a nuestra derecha, abajo. A la izquierda enormes lomas y antes de llegar a la siguiente localidad, de nuevo nos cruzamos con la vía férrea.

Este nuevo núcleo ofrece un evidente contraste de casas abandonadas y rehabilitadas, todas ellas de pizarra. Me recuerda, en parte, a los pueblos de la arquitectura negra de Guadalajara. Pueblos que gracias al turismo rural vuelven a resurgir para mostrarnos esa Galicia profunda y autóctona. Preciosa.

Casas de Portocmba.
A la salida de este lugar, continuaremos un poco más sobre asfalto para desviarnos a la izquierda justo donde se nos presenta un esbelto cruceiro que nos indica un cambio de vertiente y por consiguiente un nuevo valle que divisar, aún si cabe más encajonado que el anterior, presidido por la localidad de Cerdedelo.

Desde el cruceiro dejamos el asfalto para tomar una ancha y bien cuidada pista forestal, que se inclina un poco hacia arriba hasta llegar a lomas del alto de la Pica, el cual, justo al doblar su loma, el valle de A Ribeira nos muestra todo su potencial. Ahora sí, estábamos en Galicia, la Galicia imponente, verde, densa y ondulada.
Cruceiro en el desvío de Cerdedelo.
La pista comenzaba el descenso que todos esperábamos desde que la noche anterior Valentín nos mostró el perfil de la etapa de hoy.

Un espectáculo visual y deportivo. Solo había que dejarse llevar por la inercia y la gravedad, pero también por las sensaciones de libertad que ofrecían tales paisajes. Los sentidos a flor de piel, el tacto con el aire en la cara, la vista con esas onduladas y verdes líneas ante nuestros ojos, el oído con el sonido del bosque de fondo, el olfato con ese olor puro y fresco que nos ofrecía esta densa vegetación...
Descendiendo el valle del Laza.
Ensimismados en este estado de nirvana deportivo y espiritual llegamos hasta Eiras, donde nos detenemos para agruparnos debido a la multitud de paradas realizadas durante el descenso para inmortalizar este tramo.

Percibo cierto problema en los rodamientos del eje posterior ya que la cadena se me iba "chupando" desde el inicio del descenso, lo que me produce cierta intranquilidad hasta el final de la jornada.

En este precioso y bonito lugar la pista de tierra pasa a ser asfalto, lo que permite un descenso mucho más cómodo y, tristemente, más rápido.

Con cuidado de la velocidad y gracias a la experiencia de dos caminos de santiago, junto con la seguridad que de llevar un GPS, permitió que un desvío que nos sacaba del asfalto y nos volvía a introducir en la pureza del bosque, no se nos pasase. Justo cuando muchos componentes del grupo comenzaban a adelantar la cabeza del grupo que dirigía.

Estábamos ya en la cota más baja, el puente sobre el río Cereixo, que surca este precioso valle así lo confirmaba.

De nuevo el camino nos sacaba al asfalto para llegar definitivamente a la localidad de Laza.

Aquí nos detenemos para preguntar en la oficina de turismo por las posibilidades que nos ofrecía el camino. Éramos conscientes de la larga subida de nuevo hasta Albergaría pero disponíamos de la alternativa de la carretera OU-113.

En la oficina nos informan de que la subida por el camino original es posible con bicicleta, excepto un tramo que no llega al kilómetro que habría que bajarnos de ella. Las dudas surgen entre Valentín, Prieto y yo. Queríamos hacer el camino lo más puro posible, pero también teníamos que tener en cuenta que éramos un grupo de 20 personas con las diferencias físicas y técnicas que ello conlleva. Por un momento pensamos en hacer dos grupos para dar las dos opciones, pero el compañerismo y el respeto a lo desconocido nos hizo tomar la decisión de ascender por el asfalto.

El tramo hasta el primer pueblo, Soutelo Verde, es común. A partir de aquí el camino original marcha por el fondo del valle del río Támega para levantarse repentinamente en su tramo final, desde Tamicelas. Sin embargo, en nuestra elección, el asfalto empieza a inclinarse progresivamente amarrado a la ladera del monte da Requixada.
El hombre del "mazo" o de la guadaña, bien situado.
Las infinitas curvas definidas por las vicisitudes de la ladera que ascendíamos nunca nos permitió tener un contacto visual con el final del puerto. Cada una de ellas parecía la definitiva curva tras la cual aparecería lo alto de esta pesada y calurosa ascensión; nada más lejos de la realidad.

El grupo había marchado compacto pero pronto se divide en dos. Consigo situarme en el grupo de cabeza y manteniendo a Juanjo junto a mí con la excusa de la música de su iPhone, la cual, amenizaba de cierta forma el ascenso del grupo.

Pero su ritmo es fuerte, tal vez engañados constantemente por las continuas curvas. Veo que voy forzando la máquina y me detengo a observar el GPS. Bendito "cacharro", las curvas no nos dejaban ver el final, pero esta maquinita es increíble. Sobre rojo, la ruta tenía más de una decena de curvas y el triangulito negro, que marcaba nuestra posición, me indicaba que apenas llevábamos la mitad del ascenso.

Veo a Tomás que va sufriendo como yo, y le comento, "Queda mucho más de lo que parece, aún no hemos llegado a la mitad del ascenso". A lo que me responde "More, vamos a dejarlos marchar y ponemos nuestra marcheta"

Dicho y hecho, pero aún así me costaba. Hacía mucho calor y se me complicaba la ascensión, mis piernas no iban cómodas, cambiando constantemente de desarrollo, no había un golpe de pedal adecuado. Al menos divisaba a nuestra derecha, al fondo, abajo, el desnivel que íbamos ascendiendo y me entretenía buscando en lo profundo del valle el camino original.

Tal vez fue el tramo que más sufrí en todo este camino desde la puerta de mi casa. Sabía gracias al GPS que el ascenso acababa en un altiplano con un gran giro a izquierdas y otro a derechas que nos colocaba en una recta directos a Albergaria. Se hizo esperar. Pero al final sucumbió.

En Albergaría repusimos líquidos en un peculiar bar "empapelado" de vieiras con dedicatorias personales. Un buen ejemplo del resurgir de estos abandonados pueblos, donde la gente saca negocios a costa de los peregrinos. Un gran reclamo, la idea de verte partícipe en este negocio con libro de visitas y vieiras personalizadas con rotuladores permanentes. El dueño te ofrecía una vieira de forma gratuita para que inmortalices tu presencia en el camino. La ilusión se nos derrumbó cuando al preguntarle dónde lo colocaría, nos confirmó que en el bar no le quedaba cm2 por cubrir y que desde hacia un año, todas las vieiras iban al albergue de la localidad.
Bar en Albergaría
En las fotos, se nota mi cara demacrada por el esfuerzo; no una, si no dos botes de Coca-Cola fueron necesarios para recomponer mi sed y mis azúcares. Una breve visita a la fuente de la pedanía y retomamos el camino por un sendero a modo de corredoira sitiado por muros de piedra que nos elevan definitivamente a un impresionante, pero seco, prado llano multicolor.
Salida de Albergaria.
Cruzamos perpendicularmente una carretera para rodar paralelos de nuevo por la tortuosa la OU-113, ahora ya a punto de comenzar el descenso hasta Villar do Barrio. Pero antes debíamos cruzarla para ascender definitivamente algunos metros hasta el cruceiro del monte Talariño, el cual daba, fin al largo ascenso del valle de Laza. Si bien es cierto, este último tramo desde Albergaria, resultó ser la parte más bonita y llevadera de la subida.
Subiendo en Monte Talariño.
En la rápida bajada, la pista desde el cruceiro nos deja en la susodicha caretera por la que rodamos algunos metros, para volver a dejarla marchar e introducirnos en un camino pronunciado e interesante para el disfrute deportivo, algo roto y con dos curvas de 90 grados algo peligrosas que casi nos hace poner nuestros huesos en la tierra si no llega a ser por la suspensión doble que permite una estupenda tracción de nuestras ruedas sobre el terreno roto y rugoso.

De nuevo volvemos a salir a la misma carretera, para volver a abandonarla, empinándose la pendiente de forma negativa y por última vez pisar el asfalto de la carretera, que ya definitivamente nos dejaría en Villar de Barrio. Localidad donde decidimos parar a comer.

Un espectacular y barato bufet en el parque del pueblo, hace que no dudemos en detenernos a repostar energías. Cervezas, y con mucho cuidado de no caer en la tentación de excedernos con la comida. Imposible controlar. Había que probar de todo, después ya daríamos pedales como pudiésemos. Por un momento olvidamos que estábamos de peregrinos, pecando de uno de los siete pecados capitales; la gula.

Y como pecadores, tuvimos nuestro castigo. Panza hinchada, somnolencia y muy pocas ganas de continuar. Íbamos cayendo rendidos al césped y sombra de los árboles del parque. Una estampa digna de fotografiar...
Sin comentarios....
Valentín, nos despierta de nuestro letargo para continuar con nuestro camino. 40km quedaban aún para llegar a Ourense. Ahora debíamos ascender una suave loma por asfalto y bordear el extenso valle llano de Alariz por su perímetro norte. Así pues cruzamos Bóveda y Villa de Gomareite para introducirnos de lleno en un campo llano y  muy rodador del que apenas habíamos disfrutado desde que dejamos las tierras húmedas del valle del Tera, muchos kilómetros más atrás.

Caminos parelelos y perpendiculares, rectilíneos donde costaba ver el fin. La anécdota fue el cruce con un grupo de vacas y su pastor, el cual nos saludó con un tranquilizador "No os preocupéis, no hacen nada".
Ganado vacuno en la llanura de Alariz.
Un giro de 90 grados hacia el norte nos ponía en busca de Bobadela para sacarnos de la agradable llanura e introducirnos en uno de los parajes más bonitos y embaucadores de la jornada.

Un contínuo subeybaja, por senderos casi conquistados por la vegetación. Rodando por bosques cerrados pero de repente por praderas abiertas, subidas ligeras pero algo técnicas y bajadas cerradas con suelos tapados de hojas. Rodeados de la magia del camino, nos introdujimos de lleno en la Galicia pura, tal cual.

Prados gallegos.
Tal era el disfrute del camino, que por momentos olvidamos la tensión de la búsqueda de mojones o flechas amarillas, llegándonos a confundir en un bonito tramo entre Padroso y Cima de Vila. El GPS, arregló el despiste.

La bajada hasta Quintela, es cerrada, con techo, paredes y suelo vegetal; todo un túnel verde directo a esta pedanía que tanto atrapaba al peregrino en su propio viaje que algún compañero interpretó que viajaba solo en el camino, poniendo en peligro a algunos compañeros en el espectacular y peligroso descenso.
Bosques gallegos.
En Quintela, paramos a rellenar los bidones en el pilón y un amable lugareño nos invitó a comer las ciruelas de su jardín. Increible la hospitalidad de los gallegos.

El descnso continua hasta pasado Xunqueira de Ambia, donde cruzamos el rio Arnoya, con su interesante playa fluvial, previo paso por su campo de fútbol.

Desde aquí decidimos tomar la carretera OU-102 hasta Ourense. Una pequeña subida hasta A Pusa para salir del valle de este bonito rio. Y desde aquí, descenso continuo por Salgueiros, Ousende y Pereiras. La circulación comenzaba a hacerse más densa y las núcleos urbanos cada vez más próximos y grandes, nos indicaban que estábamos acercándonos a la gran urbe de Ourense. La llegada al polígono industrial de San Cibrao das Viñas así lo confirmaba.

Una última subida, ya por asfalto y un molesto tráfico nos situaba en otro poligono industrial, de Xeisalbo, que bordeamos por camino para no circular por su peligrosa travesía. Cruzamos la vía del tren y nos introducimos en Xeisalbo, pequeña ciudad dormitorio de Ourense.

Antes de entrar en la capital paramos a reponer agua, comprar frutas y se tomarlo todo en la puerta del comercio, cual botellón. Tras este descanso, nos disponemos a entrar en la ciudad y buscar el hotel Puente Romano donde esta noche mis compañeros descansarán.
Callejeando por Ourense.
Utilizo la habitacion de Javi y Juanjo, recuerdos bajo el agua de la ducha y nostalgia. Debia despedirme de ellos a penas a 120 km del objetivo. A las 23:00 me esperaba un bus de camino a Madrid, mañana se casaba un gran amigo y no podía faltar a esta importante cita. Mi bici se quedaría en las entrañas del bus de Franncisqui y sí llegaría a Santiago. Mi credencial para conseguir mi compostela también. Pero mi conciencia me pide terminar estos últimos kilómetros.

Breve paseo por la ciudad y cena de despedida para mí. Tomás será el encargado de llevar mi alma hasta el final, así como de redactar la última crónica. Llamada al taxi y ahora si que si, se acaba mi andadura con estos 19 peregrinos. En la estación de bus, esperando, recordaba todos y cada uno de esos momentos y anécdotas. Mañana sera otro día muy diferente y había que descansar.

Gracias a todos por estos días. Volveré a concluir mi camino.

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