viernes, 21 de agosto de 2015

ETAPA 1: ALCÁNTARA - CASTELO BRANCO

Primera etapa de esta interesante aventura que comparte sus kilómetros por tierras españolas con los últimos kilómetros del Camino Natural del Tajo GR-113. Camino que también fue transitado en sus primeros kilómetros por la Sierra de Albarracín en una de las etapas de la ruta publicada en el blog, "El Camino del Cid". Y que casualmente tambien transita por tierras cercanas a nuestra localidad, en su curso medio en otra ruta publicada como es la  Maratón "Torrijos-Toledo-Talavera-Torrijos".
Compartiendo camino con el GR-113
La primera jornada comenzó realmente en Torrijos a las 4:30 (+15 min) de la mañana, cuando partía la expedición en bus hacia la localidad de Alcántara. Un desvelado autobús no paraba de comentar anécdotas de años posteriores. Cuando la monotonía de la carretera comenzaba a pesar, aparecieron por las extensas dehesas extremeñas cantidades de ciervos a unos lados y otros de la carretera que despertaron hasta a los más somnolientos.
Preparados para iniciar el viaje, Alcántara.
El único giro brusco del autobús en todo el viaje fue provocado por un Prieto que, con visión certera, obligó a parar la expedición para desayunar en un coqueto hostal de cazadores en la localidad de Zarza la Mayor, a pocos kilómetros de nuestro destino inicial.



En Alcántara comenzaba nuestra aventura sobre las dos ruedas. Un breve callejeo por sus empedradas calles nos invitó a conocer sus iglesias antes de salir a un bonito y duro sendero que nos guiaría directos a un bonito mirador.

Una breve parada nos sirvió para divisar el robusto, bello y milenario puente romano, empequeñecido por el imponente dique que represa las aguas del Tajo en el pantano de Oriol. Y también para escuchar las interesantes palabras de un oriundo que nos explicaba como el vetusto puente romano con casi dos mil años aguantó, y sigue aguantando, el paso de las hormigoneras que levantaron la moderna y antiestética mole de hormigón que sujeta las aguas de Tajo.
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Los bohíos, construcciones circulares usadas por los ganaderos de antaño, y que recuerdan a castros celtas, se hacen presentes por estas tierras de ganado y cultivo. Las callejuelas de muros que delimitan las parcelas que guardan el ganado forman un laberinto del que salimos con cierta solvencia y agilidad gracias a la tecnología de los GPS.

Dejaremos el divertido zigzagueo para adentrarnos en la lineal Cañada Real de Gata, la cual nos adentra en el área de Los Llanos de Broza. Zona con suaves pendientes y surcada por numerosos regueros y arroyos. Enorme pradera con pastizales secos que nos pone en fila de uno para cruzar este ondulado terreno. Durante este tramo nos toparemos con algunas portillas que deberemos cerrar a nuestro paso.
Los llanos de broza
El camino nos saca a la carretera EX-117 que une Alcántara con Membrío, y que usaremos durante algunos kilómetros para cruzar la vega del río Salor con unas fuertes pendientes de bajada, primero, y subida, después.

El camino se vuelve a separar del asfalto para continuar por la Cañada Real de Gata. Ahora los desérticos pastizales dan paso a un denso encinar con un terreno más ondulado que obliga a aumentar las exigencias físicas, técnicas y de orientación. En contraposición a ello contaremos con más presencia de sombras.
Las encinas hacen acto de presencia.
Es tal el cambio de condiciones en la ruta que en menos de diez minutos ya tuvimos los dos primeros percances; una leve caída y la pérdida de uno de los componentes del grupo, ambas sin consecuencia alguna.

De vuelta a la EX-117, nos llevará un camino paralelo al asfalto hasta la localidad de Membrío.

De aquí salimos por una ancha pista en ligero ascenso donde las encinas van perdiendo presencia en favor de alcornoques. El terreno se vuelve especialmente incómodo por la cantidad de arena en los caminos, que como si de harina se tratase, y unida a la sequedad reinante, se levantaba un molesto polvo que, sin saberlo, sería repetido en infinidad de ocasiones en el resto del viaje.

Los pinchazos comenzaron a hacerse presente y el grupo se dividió en la entrada a un ya extenso alcornocal.
Presencia intensiva de alcornoques.
Los siguientes diez kilómetros hasta llegar a Carbajo, se realizaron a una velocidad vertiginosa con el único fin de unir los dos grupos. Durante este tramo, el grupo delantero afirmó haber visto cantidades de ciervos por la zona cruzándose a pocos metros de distancia de ellos. E incluso divisaron una sierra, la de Santiago, discurriendo el camino paralelo por las estribaciones septentrionales de esta.
Sierra de Santiago desde el camino.
En Carbajo hubo reagrupación y avasallamiento al bar de la piscina a modo de cervezas y coca-colas.

Pero el primer grupo dio una estampida sigilosa que desorientó al grupo de retaguardia, los cuales, tras el esfuerzo realizado tomaron con más calma el descanso.

El inicio del nuevo tramo hasta Santiago de Alcántara, nos esperaba con traición y alevosía. Una subida por una ladera que minutos antes divisábamos en lontananza, se postraba ante nuestros pies.
Ascenso por la ladera de la Sierra de Santiago
Pero un, en este caso, oportuno pinchazo detuvo de nuevo la marcha del grupo trasero. No faltaban manos para ayudar. Mientras, el resto, disfrutábamos de la belleza del camino que el esfuerzo del ascenso nos impedía contemplar.

Pero todo el trabajo tiene recompensa, y ahora una disfrutona senda nos dirigía directos a Santiago de Alcántara con tibia velocidad.
Caminos por Santiago de Alcántara.
En la localidad, en fiestas, parecíamos ser una atracción más para los paisanos. Incluso alguna joven se atrevió a decir con voz firme "¡Cómo está el ciclismo español!" que cada cual interpretó a su conveniencia.

Con el ego por todo lo alto y un cómodo tramo que descendía cotas en busca del cauce del Tajo, el grupo voló ágil por unas tierras tristemente calcinadas. Poco a poco, las ennegrecidas retamas dieron paso a un denso jaral. Sigilosamente, la pendiente se volvía más pronunciada en busca de un barranco que parecía no tener fondo.

El sol se empezó a manifestar con vehemencia y el olor a jara parecía taladrar el olfato.
Descendiendo el barranco Aurela
La pendiente y el excesivo tramo técnico, obligó a todos los componentes a descabalgar sus monturas para poder cruzar el paso del barranco Aurela.

Un adecentado puente nos ayudará para cruzar su seco cauce para, seguidamente, iniciar la salida de este escarpado rincón.

Una salida técnicamente más accesible que la bajada, pero de similar dureza a la que algunos osados se atrevieron a retar.

Un nuevo, y oportuno, pinchazo en el grupo delantero, de nuevo a media subida, permite que el grupo de vanguardia continúe avanzando, mientras que el grupo liderado por Prieto se encarga de solventar los problemas técnicos.
Nuevo pinchazo, buscando la sombra.
La jara, cedió terreno a favor de un encinar. Ahora serpenteando por una zona mucho más suave y ondulada cruzando algunas portelas de granjas de ganado porcino con pieles oscuras... ¡¡¡Auténticos cerdos de pata negra de bellota!!!
Dehesas con ganado porcino.
Parecía que ya estábamos en Herrera de Alcántara, lugar elegido para comer, pero no. Dos emboscadas a con traje de barranco nos esperaban en los últimos kilómetros.

El primero para vadear el arroyo Negrales con un bonito sendero de acceso y la presencia de algunas bellas cabezas equinas en lo más profundo del paso que reclamaron la atención del grupo.
Sendero de acceso al barranco Negrales
Un nuevo pinchazo permitió disfrutar de este bonito enclave con la parsimonia que la bici no te permite. Unas fuentes o abrevaderos fueron usados por el Perita para refrescar su cuerpo a la vez que el resto del grupo descansaba bajo la sombra de las miles de encinas que poblaban el lugar.
Caballos en el camino.
Una vez reestrablecida la marcha, nos esperaba el segundo y último barranco antes de llegar a Herrera. Este mucho más corto, pero más empinado. Desafiando a las leyes de la gravedad, obligando a llevar la potencia de nuestras piernas al máximo.

Tanto fue así que una de las 17 cadenas no pudo con tal tensión. De nuevo, Prieto solventó el problema mecánico con eficacia para continuar la dura rampa de salida. Donde ahora sí, algún cabezón venció las leyes de la física para salir airoso de este desafiante barranco.
Llegando a Herrera de Alcántara.
En Herrera esperaba el primer grupo con cervezas en mano. De nuevo avasallamiento, esta vez a modo de cervezas con limón. Los jóvenes sentados en la terraza del bar nos miraban a la par con pena y admiración.
Herrera de Alcántara
Su curiosidad no tardó en desbordarse a modo de preguntas sobre de dónde veníamos y a dónde íbamos... Su sincera información nos confirmó que para llegar al barco que nos trasladaría a Portugal, sería imperante realizar el resto del trazado por asfalto, haciendo caso omiso al recorrido oficial.

Una buena comida con plato estrella a base de bacalao, huevo, cebolla y patatas, nos dio las fuerzas necesarias para afrontar el resto de la jornada. Y las necesitaríamos porque íbamos justos para tomar el barco internacional.

Un despiste de parte del grupo a la hora de salir de esta localidad, nos hizo perder un tiempo precioso. Si teníamos que llegar al barco, lo lógico era bajar, pero no. Porque el barco se tomaba en el embarcadero de Cedillo y no en el de Herrera. Así que vuelta para arriba y a tirar del grupo para recuperar el tiempo perdido.
Barco del Parque Natural del Tajo Internacional
Fueron kilómetros pestosos, con el aire de cara, tirando del grupo y con la inquietud de que no llegábamos a la hora del partida del barco. Tal era la incertidumbre que Valentín, mandó una "avanzadilla" para llegar antes e intentar retener el barco, pese a que previamente había confirmado vía telefónica nuestro retraso.
Por el río Ponsul, Portugal.
Y allí estaba esperando, dispuesto a trasladarnos al país vecino, no sin antes dar un pequeño paseo por las aguas del Parque Natural del Tajo internacional con breves explicaciones con interés biológico.



Una hora de descanso, para divisar este bello entorno y recorrer unos 10km de río navegable hasta llegar al embarcadero de Lentiscais.

Habíamos navegado agua portuguesa y ahora tocaba pisar tierra lusitana. Una carretera en ascenso nos llevaba directos hasta la pequeña localidad de Lentiscais. El cambio fue más que evidente.

Curiosa la sensación de seguir el mismo camino y sin embargo, estar en un sitio diferente. Costumbres, idioma, arquitectura... Sensación confusa, confirmada en el sencillo acto de intentar beber de una fuente.

Pero la aventura sigue, 13km restan para el final. Cinco de camino, que nos sacaría al puente sobre el mismo río Ponsul, con un nuevo pinchado, esta vez del que escribe. Y desde aquí tomar la carretera y afrontar los ocho últimos kilómetros en ascenso hasta Castelo Branco; confirmando que los conductores portugueses no tienen respeto alguno para con los ciclistas.

Una vez en el hotel, con ducha relajante. Dimos buena cuenta de una copiosa cena a base de arroz y carne que nos supo a gloria.
Llegando a Castelo Branco

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