Un perfil mucho más suave, con el menor desnivel acumulado de las cuatro jornadas nos hacía presagiar una jornada benévola. Nada más lejos de la realidad.
Ondulados y segados campos de cultivo |
Tras el salto de una valla y el vadeo de un arroyo, el campo comenzó a cambiar su aspecto. Ahora eran los regadíos los que comenzaban a ganar la batalla. Se notaba que nos acercábamos a la vega del Guadiana. Más si cabe cuando estos cultivos de regadíos dieron repentinamente paso a extensas dehesas pobladas de ganado.
Ganado manso pastando a orillas del Guadiana |
Pasitzales secos a orillas del Guadiana. |
Este paso unía las localidades de Elvas y Olivenza. Fue construido por los portugueses para mantener sus tierras de Olivenza con el resto del territorio luso.
El breve conflicto de la Guerra de las Nararanjas, que enfrentó a España y Francia contra Portugal; y el posterior tratado de Badajoz, obligaría a redefinir territorios entre hispanos y lusos por estas tierras en las que transitábamos.
Derruido Puente Ajuda. |
El trayecto nos separaba momentáneamente del cauce para adentrarnos en terreno de ganado. Una nueva valla imposible de sortear nos obliga a desviarnos en busca de la carretera que nos llevaría a Juromenha.
De camino a la salida nos cruzamos con una extensa manada de reses que nos miraban con parsimonia pero amagando estampida.
Rodando junto a la manada. |
Desde la misma orilla del río se eleva hacia la población un camino que nos reta a subir montados sobre la bici a pesar de su pendiente. Reto que fue aceptado por la mayoría de los componentes.
Ascenso a la fortaleza de Juromenha. |
No son castillos como tal. Dentro de ellas encotraremos diferentes edificios como iglesias, casas, almacenes, torres fortificadas. Todas ellas con bellas vistas sobreelevadas al río Guadiana controlando las extensas tierras españolas al otro lado del río.
Edificaciones dentro de la fortificación |
Vistas hacia la cola del pantano de Alqueva |
Terreno español en la orilla opuesta |
Interior de la fortificación de Juromenha |
Tras un paseo por este interesante punto, volvimos a nuestras bicis para buscar un lugar donde refrescarnos. El Sol no daba tregua y comenzaba a resultar molesto. No encontramos bar alguno, pero sí una fuente donde rellenar nuestro bidones a la vez que descansábamos a la sombra de los muros de la iglesia.
Utilizamos la carretera N373, la misma que nos había acercado a esta población, para ahora alejarnos de ella.
Nos esperaba una de las dehesas más extensas que jamás haya cruzado, al menos a mi percepción. 20 kilómetros de repetidas ondulaciones bajo un Sol abrasador, que ya no daba tregua alguna.
Un gigantesco eslalom entre encinas, que en un primer momento aparentaba ser interesante. Pero que en sus últimos kilómetros resultó excesivo.
Surcando las dehesas portuguesas. |
Un pequeño percance. Un gran susto. Un compañero en el suelo al no poder evitar un traicionero agujero en una bajada. Parada. Descanso. Recuperación a la sombra del susto, del calor y de la fatiga de piernas.
Descanso tras el susto. |
Estábamos de nuevo a orillas del inmenso pantano de Alqueva. No solucionaba nuestros problemas, pero sí que los amainaba.
Aguas del pantano de Alqueva. |
Se nos hacía tarde. Una llamada al lugar de comida para confirma la asistencia, tardía, pero confirmada.
En Rosario, y tras cruzar definitivamente estos largos kilómetros por esta extensa y densa dehesa, paramos en la primera casa particular que nos encotramos para rellenar bidones y confirmar el camino hasta Montesjuntos por carretera. Localidad donde realizaríamos la comida.
Diez kilómetros de cómodo y liviano asfalto que nos dejarían en las puertas de un escondido bar donde los dueños nos recibirían a la par con orgullo y extrañeza.
Una mujer mayor, cocinera, salió de su lugar de trabajo para preguntar por qué y cómo habíamos parado en este local y no en otro... Valentín le informó de las ventajas de internet y tener una página de Facebook.
El bar elegido en Montesjuntos |
El problema estaba a la hora de retomar la marcha. La bofetada de calor que nos daba la calle al salir era para pensarse seriamente el continuar con la ruta o abandonar en este momento. Pero... ya que habíamos llegado hasta aquí...
Monsaraz, última atalaya por visitar. |
Vistas del Alqueva y al fondo Mourao, final del viaje. |
Tres kilómetros de ascenso nos permitían llegar a este bello punto estratégico. Calles adoquinadas, casas encaladas y al fondo la torre vigía que protegía a la población.
Monsagaz desde su castillo. |
El calor comenzaba a remitir, ello no evitó el tomar algunos refrescos antes de afrontar los últimos 16 km hasta Mourao.
Un rápido descenso daba paso a una agrupación en pelotón que no hacía otra cosa que devorar kilómetros mientras disfrutaba del paso sobre el inmenso pantano del Alqueva. Rodábamos hacia a la orilla opuesta del Guadiana, que aquí no tiene valor fronterizo.
Mourao nos esperaba, también con una fortificación, pero de menor porte que las visitadas en la jornada de hoy. No obstanate, ¿por qué no íbamos a subir hasta lo alto de ella antes de concluir el viaje? Dicho y hecho.
Entrada a la fortificación de Mourao |
Aun nos quedaban más de cuatro horas para llegar a casa, repasando, recordando, comentando cada una de las anécdotas vividas en estos intensos cuatro días llenos de historia, naturaleza, amistad, y deporte.
El grupo en Monsagaz. |
Jose Eugenio, Miguel, David, Faustino, Jesús, "Perita", Javi, Pablo, Eusebio, Adolfo, Alejandro, Juanjo, Santiago, César, Santos, Josete... Y sobre todo a Valentín por las horas y horas dedicadas de manera desinteresada para que todos disfrutemos de cuatro excepcionales días como han sido estas cuatro jornadas.
¡¡¡GRACIAS, nos vemos por los caminos!!!
¡¡¡Y en los bares!!!
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